Crítica a Gladiator II (2024)
La esperada Gladiator II, dirigida nuevamente por Ridley Scott, llega envuelta en una mezcla de expectación y escepticismo. Y no es para menos: enfrentarse al legado de Gladiator supone aceptar, desde el inicio, una comparación constante que la película, en realidad, no intenta esquivar. Más bien al contrario: Gladiator 2 asume abiertamente una estructura narrativa muy similar, casi especular, a la de su predecesora.
Desde el punto de vista narrativo, la película no supone una gran diferencia respecto a la primera. La historia vuelve a girar en torno a un personaje que cae en desgracia: Lucio Vero, heredero de la alta nobleza romana, pasa de una posición privilegiada a la marginación, el exilio y la violencia del mundo gladiatorio. Este arco recuerda inevitablemente al de Máximo, aunque con matices distintos. En ambos casos, el protagonista es despojado de su lugar en la cúspide del poder y debe reconstruirse desde abajo. Esta repetición hace que la película se sienta, en muchos momentos, como un remake encubierto más que como una verdadera continuación. Además, el arranque resulta algo estrepitoso y confuso, con un ritmo irregular que dificulta la comprensión inicial del conflicto político y personal.
Sin embargo, donde Gladiator 2 gana peso es en su dimensión histórica y simbólica. Aunque no pretende ser una reconstrucción fiel, la película incorpora elementos reconocibles de la historia y la cultura romanas. La división del Imperio, representada a través de dos emperadores que gobiernan de forma conjunta y conflictiva, evoca claramente la memoria histórica de la partición imperial y figuras como Valentiniano y Valente. Del mismo modo, la figura de Lucio remite de forma evidente a Constantino I, especialmente en su papel como posible reunificador de Roma tras la fragmentación instaurada por Diocleciano.
La batalla final, cargada de simbolismo, recuerda poderosamente a la Batalla del Puente Milvio, tanto por su localización junto al Tíber como por su significado político y moral: la derrota de una Roma corrupta y decadente frente a la promesa de renovación. Aunque en la película el desenlace se resuelve más por acuerdos y duelos personales que por una gran batalla campal, la referencia histórica resulta clara y eficaz.
Otro de los grandes aciertos del filme reside en su apartado visual. El vestuario, la ornamentación, los escenarios y, especialmente, la espectacular batalla naval en el Coliseo, son de una factura técnica sobresaliente. Ridley Scott vuelve a demostrar su maestría para crear imágenes grandiosas que refuerzan el peso épico del relato, incluso cuando el guion no arriesga demasiado.
Llegué a la película condicionado por las críticas negativas y con expectativas bajas, pero me encontré con una obra que, sin ser narrativamente innovadora, sí tiene una intención clara. Scott parece querer seguir hablándonos del presente a través del pasado, utilizando una historia “antigua” para reflexionar sobre la corrupción del poder, la fragmentación política y la necesidad, quizá utópica, de unidad. En ese sentido, Gladiator 2 no reinventa el mito, pero tampoco lo traiciona: lo prolonga, con sus virtudes y sus límites, para una nueva generación.

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