¿Está Eulalia?
Juan por fin se compró su nuevo piso, había estado trabajando mucho tiempo para conseguir tener dinero suficiente para pagar la entrada, pero después de largo sufrimiento lo consiguió.
Se instaló él y su pareja junto con su hijo. Los primeros días fueron idílicos no hay mayor satisfacción en el mundo que cuando uno por sus propios meritos consigue una recompensa, pero poco a poco ese paraíso se convirtió en un infierno para Juan.
A las dos semanas de establecerse en el nuevo piso recibió una llamada:
-¿Está Eulalia?- preguntó una voz de varón amistosa.
-No- contesta Juan.
Y la voz colgó el teléfono, al cabo de veinte minutos, volvieron a llamar.
-¿Está Eulalia?
-No lo siento, aquí no vive ninguna Eulalia.- Y lo mismo de antes, colgaron el teléfono.
A la hora volvieron a llamar.
-¿Esta Eulalia?
-Joder, que te he dicho que no esta Eulalia, que aquí no vive nadie con ese nombre.- Juan esperó que contestara, pero al igual que antes colgó el teléfono.
Y desde aquella primera llamada, esa voz llamaba a su casa 10 o 12 veces cada día, Juan se limitaba a colgar y descolgar el auricular. Su mujer alguna vez contestó e insistió a la voz que se mostrase y dijese quien era, pero solo escuchaban el pitido de cuando se cuelga el teléfono.
A las dos semanas, Juan decidió ir a la comisaría para denunciar a la persona que no le dejaba vivir, la policía después de varios días consiguió una orden judicial para saber desde que número se efectuaba la llamada. Descubrieron que las marcaciones venían de varios teléfonos públicos y que no seguían ningún patrón. Los agentes recomendaron a Juan que cambiase de número, seguramente dejaría de tener el problema.
Él hizo como le recomendaron, fue a la empresa telefónica y se cambió de número. Los primero días la cosa fue bien, solo recibía llamadas de familiares y amigos, hasta que ua noche:
-¿Está Eulalia?
-No por favor, déjame en paz, ¿quién te ha dado mi número?- Para nada servía gritarle al oído a la voz varonil. Y como siempre colgó.
Cuando Juan se lo dijo a su mujer, no se lo podía creer, ¿cómo consiguió su número?. Entonces decidió ir a un detective privado para que le ayudara a solucionar el caso. El detective que contrataron escuchó el caso, y preguntó si Juan conocía a esa tal Eulalia, él dijo que no. La mujer tampoco conocía a nadie con ese nombre. El detective recomendó a Juan cambiarse de número de teléfono otra vez, pero esta vez no le daría el número a nadie, simplemente podría llamar con él a través de un número oculto, también le propuso que si llamaban no descolgara el auricular. Acepto la recomendación.
Al día siguiente ya tenía el número nuevo, y durante un par de meses lo utilizó sin ningún problema, claro esta que no podía recibir llamadas, ya que nadie sabía su número, o eso creía él, ya que un buen día sonó el teléfono, Juan sorprendido, pensó en no descolgar el auricular, pero la curiosidad le picó y se lo puso en la oreja:
-¿Está Eulalia?
-…- Juan colgó esta vez.
Le había cazado. En un instinto de rabia e ira Juan cogió el teléfono y lo estampó contra la pared, y se puso a llorar. Su mujer cuando lo vio le dijo que no se preocupara que ya se comprara un móvil.
Pero con el celular nuevo que se compró paso la misma historia de siempre, a los pocos días de tenerlo otra vez la misma pregunta:
-¿Está Eulalia?
-¡Qué no joder!
Juan al final rompió también el móvil, pero al poco la persona que le llamaba empezó a acosarle en el correo electrónico. Cada día recibía entre veinte y treinta mensajes con la misma pregunta de siempre. Juan ni siquiera podía contestarle ya que se enviaban desde destinatarios desconocidos. En su desesperación Juan decidió dejar de mirar los correos que le enviaban.
Al poco tiempo empezaron a llegarles cartas al buzón, dentro de las cartas se hallaba una nota en blanco con la pregunta: ¿Está Eulalia?
Juan pidió la baja por depresión en el trabajo, se puso a buscar como loco a la tal Eulalia. Ningún familiar conocía a nadie con ese nombre, sus amigos tampoco, ni siquiera los vecinos tenían idea de quien era ella.
Juan, terco, decidió romper su buzón, para no poder recibir más cartas.
Pero el momento de paz poco le duró, al poco tiempo llamaron al interfono de su piso.
-¿Está Eulalia?
-Como te pille…- Juan bajó corriendo los cinco pisos de su escalera, hasta llegar al portal, pero cuando bajó ya no había nadie.
Estas veces las llamadas al interfono solo las recibía cuando él estaba solo en casa. Así que en su ansiedad destrozó el interfono de su casa.
La paz duró bien poco, empezó a recibir notitas bajo la puerta de su casa con la pregunta de siempre. Esta es la mía me quedaré en vigilia lo que haga falta hasta pillarte pensaba él.
Esperó 32 horas a base de cafés y bebidas taurina, hasta que escuchó un ruidito y como se metía una nota debajo de la puerta, inmediatamente abrió la puerta, la voz era un anciano con gorra. Juan no tuvo ninguna clase de problema de agarrarle por el cuello y ponerle el filo de la navaja por el cuello.
-¿Quién es esa jodida Eulalia?- Preguntó Juan con los ojos fuera de orbita.
-Mi nieta de 14 años, cabrón, la que mataste con el coche el día que te emborrachaste.
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