sábado, 24 de junio de 2017

¿Cuál es la imagen de España en el exterior?



¿Cuál es la imagen de España en el exterior?



La muerte en noviembre de 1975 del caudillo Francisco Franco abrió un nuevo periodo en la historia de España conocido como la Transición. Esta etapa duró más de un lustro, y finalizó con la llegada del PSOE a Moncloa.

La Transición fue un periodo tenso, complejo y muy intenso, donde la sociedad civil española se movió constantemente para salir adelante de un pasado al cual se quería pasar página.

La imagen construida desde el exterior, y también desde el interior, dibujaba a España como un país atrasado, decadente desde hacía siglos, cuyos habitantes tenían un carácter anarquizante, religioso hasta el extremo, guerrillero y vago. Una imagen heredada de la ‘Leyenda Negra’ que se creó en la época de los Austrias, y que fue heredada durante siglos.

Esta imagen estereotipada evolucionó con el paso de los siglos, pero el fondo peyorativo era el mismo, y se consideraba España como un país distinto a los del occidente europeo. Sería a partir de la Generación del 98’ cuando una parte importante de los intelectuales españoles quieren cambiar esa imagen de España como nación. La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, supuso un cambio en la mentalidad de muchos españoles. Se necesitaba regenerar el concepto de España y olvidarse de una visión imperial muy distorsionada en la época. El objetivo era abrirse al mundo y empezar a imitar modelos de países con un gran desarrollo económico, social y militar. El modelo a seguir eran países como Alemania, Japón y Estados Unidos.

La Generación del 14’ añadió la necesidad de que España tuviera un carácter europeísta, y que avanzara emulando a los estados del Norte. Todo esos deseos se truncaron en los fallidos intentos que tuvieron a la hora de regenerar la patria. La dictadura de Primo de
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Rivera y la II República española no lograron consolidar un clima estable, desembocando en la Guerra Civil.

Durante la lucha fratricida volvieron todos los mitos del pasado por ambos bandos, por una parte se veía al bando sublevado como un grupo de señoritos, falangistas y curas, y a los republicanos como guerrilleros, vagos y descontrolados. Una imagen que en el exterior se utilizó para volver a relatos románticos a la hora de hablar de españoles. Persistía la imagen de España del duende flamenco, del folclore, de los toros, de la siesta y del juglar.
Durante el Franquismo más que intentar revertir la imagen profundizada durante décadas, se utilizó como eslogan para catalogar a España de diferente. Para los extranjeros España continuaba siendo un país místico, atrasado, pasional y con aire melancólico. Por supuesto no tenía nada que ver con la Europa Occidental, más bien sus raíces eran orientales.

La Transición supuso un cambio importante en la imagen de España tanto en el interior como en el exterior. Si bien remarcar que la mejora de la imagen de los españoles sobre todo fue destacable en el conjunto de los países europeos y Latinoamérica, más bien que en el resto del mundo. La transición española sorprendió porque supuso la ruptura de expectativas que llevaban gestándose más de un siglo. En contra de esa imagen de país atrasado, de bajo nivel cultural y con aire picaresco, empezó a crearse una imagen nueva de país europeo y occidental.

Tres mitos fundamentaron ese proceso de transición, el primero fue el de la reconciliación. En contra de una imagen de pueblo bélico, ingobernable y fratricida, nació un relato en el cual los españoles han sido capaces de enterrar sus rencores y pasar página en pro de la paz y del desarrollo. En segundo mito fue el de la europeización del Estado. Si bien es cierto que ya en el tardofranquismo España había empezado a entrar en los círculo internacionales (ONU, FMI o Banco Mundial), no fue hasta la llegada del periodo de la Transición en el cual el país dio un salto cualitativo en lo que a su imagen de país europeo se refiere. El desarrollo económico y social permitió a España compararse poco a poco con los países europeos del norte. Por último, el tercer mito de la Transición era la modernización del país. A diferencia de la visión clásica de país atrasado industrialmente,
agrícola y con un aire feudal, se caracterizó al ‘nuevo’ español como trabajador, honrado y activo. La imagen de prusianos del Sur volvió a caracterizarse.

Como es evidente ni España era un país tercermundista a finales del franquismo ni se convirtió en potencia mundial con la Transición. Pero si que era evidente un salto cualitativo en el terreno económico con una progresión constante y profunda en el terreno de la industria. España pasaba a ser uno de los primeros productores industriales del mundo, y grandes marcas extranjeras empezaban a desembarcar en nuestro país. Pero no sólo se avanzó en economía, el nuevo periodo democrático trajo consigo una serie de mejoras sociales que permitió a los españoles mejorar su calidad de vida, avanzando en derechos laborales, sanitarios y familiares. Pero lo que sin duda mejoró la imagen de España en el exterior fue su paso adelante en sentido democrático. España dejó de ser una dictadura y pasó a convertirse en una democracia nueva con una estabilidad sorprendente. La derrota del franquismo en las elecciones libres de 1977, el desgaste lógico de UCD tras gobernar en Transición, el congreso de Surenses del PSOE con su posterior moderación y la conversión de Alianza Popular a Partido Popular supuso un nuevo aire en el país.

El país internamente había llegado a su cima en 1992 con las Olimpiadas de Barcelona, y la Exposición Universal de Sevilla. La imagen que España quiso proyectar al mundo era la de un país normalizado, moderno y europeo. Un país que encajaba perfectamente en la Unión Europeo, y que tenía un deseo de configurar un nuevo espacio en ese incipiente mundo globalizado.

Atrás quedaba el Franquismo, la mejor imagen fue la del fracaso de Tejero el 23 de febrero de 1981. España había sido puesta a prueba y la había pasado con nota. El país estaba preparado para trabajar en un nuevo futuro.

Pero la realidad no es tan benigna como los españoles creen. España tiene un buena imagen interna de cara al exterior, si bien es cierto que tras el 15M se ha ido poniendo en cuestión. Los países extranjeros, en especial los países occidentales ven en España un país moderno, pero con una parte todavía indómita, con duende, mágica. Se sigue viendo a los españoles como menos productivos que los países del norte, amantes de la vida y pasionales.


Los españoles para los extranjeros siguen siendo gente divertida, encantador y sensual, para algunos sigue la imagen del pícaro y del juglar, gente diferente. Tal vez el eslogan del franquismo de Spain is different sigue perviviendo en la imagen colectiva del mundo occidental.

Se conoce a los españoles por sus éxitos deportivos, sus clubs de fútbol, o por su comida, pero pocos conocen las grandes empresas españolas. Es curioso como algunas de las más importantes firmas de ropa españolas, con una amplia proyección internacional, utilicen nombres con resonancia italiana, o inglesa, para sus marcas, Maximo Dutti, Oysho, Bershka o Pull and Bear, son buenos ejemplos de como la marca Made in Spain no vende como se debería.

España es un país que se encuentra entre las quince economías más grandes del mundo, un país con una renta por capita notable, y con una fuerte industria interna. Aun así, los mitos del pasado, desde la Leyenda Negra hasta el romanticismo de la Guerra Civil siguen presentes en el exterior. Sólo en Latinoamerica la imagen de los españoles es sinónimo de persona emprendedora y activa. Parece que la España de Hemingway de los toros, las sevillanas, los san fermines y la siesta, siguen siendo tópicos comunes en el exterior.
La imagen de España se ha normalizado con sus vecinos europeos y nadie duda de que España es un país con un potencial económico notable, aun así unos de los retos de cara al futuro será combinar la imagen de país alegre y agradable, con la de país desarrollado, trabajador y competente. Todavía no se ha vencido del todo los estereotipos románticos. 

sábado, 3 de junio de 2017



La Cultura tarraconense a debate





Si algo ha logrado Josep Maria Prats, regidor de Cultura y miembro del gobierno de Ballesteros en el Ayuntamiento de Tarragona, es poner en el centro de esta legislatura la cultura en Tarragona.

La muerte del Festival d’Estiu, el conflicto con Oppida, el fin del Teler de Llum, o la puesta en revisión de los festivales SCAN y REC, han sido algunos de los temas más polémicos en la política cultural del miembro de la antigua Unió. Si esto parece poco, también se han cuestionado las fiestas en los chiringuitos y la música en la calle.

Ya comentaban diferentes analistas de la política tarraconense que Prats ha sido una persona afortunada, ya que nadie por tan poco (un concejal) había tenido tanto: 4º teniente alcalde y la cartera de Cultura. Aunque en un principio todo parecía que iba a ir por el sendero del continuismo, y que el díscolo de Convergencia tenía asegurado un billete en el vagón del silencio, lo cierto es que la realidad ha sido muy diferente, y el de la antigua Unió ha querido hacer algo más que ser un muñeco de paja.

A su favor ha tenido al equipo de la alcaldía, que aunque no se ha mojado en demasía con las polémicas culturales ha apoyado en general a Prats. A cambio el regidor de Cultura ha puesto su espada en los pies socialistas, sólo hay que ver su apoyo máximo al PSC en el caso Inipro.

Por la contra, Prats ha unido a toda la oposición en torno a su política. El líder de Ciutadans, Rubén Vinyuales, catalogaba las políticas del director de La Salle de Reus y Tarragona de personalistas y subjetivas. Pau Ricomà, de ERC, lamenta que Prats “tire por tierra el trabajo hecho durante los últimos años”. Asimismo CUP, ICV y PDCAT se han mostrado críticos con el regidor.

El teniente de alcalde democristiano, atrincherado en la esquina del ring, se defiende de los golpes con una premisa: “debemos alejar la cultura del ocio y del entretenimiento”. Esta respuesta es sin duda ambigua. Casi todos podemos opinar que la cultura promovida por el Ayuntamiento no debe regirse por el dinero que sea capaz de mover, para eso ya están las iniciativas privadas y cooperativas que se encargan de la gestión de los eventos. Pero ¿cuáles son las directrices adecuadas para componer una cultura municipal?

Prats quiere apostar por un modelo de cultura que sea una “herramienta de progreso social”. Esta frase es abstracta hasta para escribir. Se puede entender que la cultura entendida por el regidor es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, como dice la RAE. Esto está muy bien, y todo muy dialectalmente correcto, pero ¿qué sucede cuando una plataforma de personas de Tarragona (Oppida) quiere lanzar una iniciativa popular de autogestión en el ámbito cultural y de sentido crítico? Pues que se le responde con evasivas y con excusas de diferente tipo. ¿Qué sucede cuando una de las iniciativas culturales más revulsivas de la ciudad (Teler de Llum) pierde el apoyo del Consistorio? Pues que un discurso se deslegitima.

Y así es. Josep María Prats, y el equipo de Gobierno, deberían hacer una reflexión de qué modelo cultural quieren los ciudadanos de Tarragona. Lo más seguro es que si preguntásemos a muchos de los mismos dirían que lo necesario es fortalecer a los artistas locales, potenciar la creación artística de los tarraconenses impulsando talleres y cursos de las diferentes artes, y apoyar a los artistas a que hagan un relato de ciudad, algo con lo cual presentarnos al mundo tal y como somos.

Tarragona es una ciudad rica en diversidad, rica en culturas, rica en ideas. Tenemos la fortuna de tener ciudadanos de todas las partes del globo. Tenemos grandes músicos, pintores, fotógrafos, actores, escritores, etc. Sólo hace falta dejar dar herramientas para que la gente se autogestione y desarrollen ellos mismos una cultura de ciudad. Quizás no seremos París, Nueva York, Londres o Nueva Orleans, pero nuestro orgullo sería tener un discurso de ciudad que explique mediante las artes quiénes somos, y por qué somos así.





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Fotografía de la página web del Festival SCAN