Mariano era un hombre sencillo, amigable y bonachón o eso decían los que le conocían. Tenía dos aficiones el futbol y el alcohol. Su mujer siempre le decía que los dos vicios le iban a matar y es que Mariano era un hincha de verdad. Cada mañana bajaba al bar de la esquina a tomarse un carajillo bien cargado y leer el diario deportivo. “Este año ganamos la liga Rodolfo, que nos la llevamó”.
Después de tomarse el café cogía el bus municipal, que le salía gratis e iba a ver los entrenamientos de su equipo. “Ánimo campeones, vamos a gana”. Y se pasaba el mediodía animando a su equipo, mientras pedía en el bar una cerveza tras otra.
Su mujer la señora Agustina siempre le tenía el plato preparado. “Mariano niño, que se te va a enfriar el arró”.
Siempre llegaba tarde. Comía viendo las noticias deportivas, cambiaba de canal constantemente, solo le gustaba escuchar los comentarios hacia su equipo. En la comida Mariano no se privaba. “Agus échame más vino, anda”. “No bebá más que el matasanos te dijo que no era bueno”, decía mientras le llenaba el vaso a rebosar.
Después de la comida Mariano bebía un café y mas tarde una copita de anís. Acto seguido se quedaba frito en el sofá.
Le gustaba ver las telenovelas con su esposa, así hacía tiempo para que los bares volvieran a abrir. Cuando el reloj marcaba las 5 le daba un beso a su mujer y se marchaba.
Visitaba varios bares de la zona, y solía charlar de los nuevos fichajes de su equipo, del entrenador, del campo, y de cualquier cosa relacionada con el fútbol. En cada local se tomaba un par de medianas, y si podía algún que otro copazo.
Por las 9 volvía a casa, andaba un poco despacio por culpa de la gota. Se sentaba en el sofá y escuchaba un programa de radio sobre su equipo de fútbol. Cuando la señora Agustina acababa de preparar la cena, comían juntos. Mariano comía hasta saciarse y se tomaba tres o cuatro copas de vino. Al acabar, se iba a la cama y se dormía placidamente.
Por suerte la rutina no siempre era la misma, cada dos domingos Mariano iba al estadio. “Agus, prepárame el bocata que me voy a ver a mis chicos, y lléname la petaca de JB”. Él se llevaba todo, la bufanda, la camiseta, la gorra, la bandera, la trompeta… todo por animar a su equipo. En el estadio se pasaba más tiempo esperando la cola del bar que en su asiento. Maldecía, gritaba, insultaba al árbitro e incluso lloraba si su equipo perdía. “Joer macho, este año tampoco”. Dependiendo del resultado llegaba a casa con más o con menos humor.
Un día de victoria Mariano se quedó en el bar de la esquina hasta altas horas celebrando el paso a la final, solo quedaba el camarero y él. Después de tomarse tres cubatas Mariano empezó a marearse y cayó al suelo estrepitosamente. El dueño del bar lo vio. “Este tío esta muerto”. Lo saco del bar arrastrándolo afuera al arcén de la calle.
El cuerpo inerte de Mariano se quedó rígido, vestía como los domingos de fútbol, con su camisa, su gorra y su bufanda. El dueño del bar, bajó las persianas y cerró el bar, tuvo la amabilidad de poner un pin del equipo de Mariano en su pecho frío.
Al día siguiente la señora Agustina recibió una llamada de la policía informando del fallecimiento de su marido, “Ay no me diga eso seño agente, con la ilusión que tenía mi Mariano de ver a su equipo ganar la Champion, ay que pena más grande”.
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