Peaje
Era un quince de Diciembre en el peaje número cuarenta y dos entre San. Luis y Utah, en una de esas interminables autopistas que recorrían la zona central de Estados Unidos.Era una noche fría, típica de un clima continental seco. La temperatura rondaba los cero grados. Tommy estaba sentado en la silla escuchando música con sus auriculares a todo volumen. Starway to heaven. Y como era costumbre no pasaba ningún coche, estaba todo desierto. Meses antes tenía más compañeros con los que compartía y amenizaba el turno de noche, pero desde que crearon el nuevo sistema por tarjetas todos habían sido despedidos. Sólo quedaba él en una de las cincuenta y uno cabinas fantasmales. De tanto en tanto pasaba algún camión, pero era extraño, con la nueva carretera estatal, la gente dejó de pasar por allí. Su tía Maggy que le había enchufado en el puesto le decía que seguramente cerrarían la autopista y quedaría fuera de servicio. Para Tommy eso era un fastidio, le encantaba el trabajo. Treintitres horas semanales, mil cuatrocientos diez dólares mensuales. Además allí no hacía nada, se pasaba la noche jugando a la consola, masturbándose con revistas porno, o viendo algún partido grabado de los Chicago Bulls, cuando jugaba Jordan.
Aquél iba a ser un día más. Eran ya las cuatro y once, y sólo habían pasado cuatro camiones por la cabina y un par de turismos. Tommy siempre les cobraba de más y se quedaba la diferencia para comprarse un paquete de tabaco.
Mientras escuchaba el solo del guitarrista de Led Zeppelin observó a la lejanía como se acercaba un coche. Nada raro si no fuera porque iba con las luces apagadas. Que extraño. Tommy se quitó los cascos, se incorporó y observó mejor al turismo. No se lo podía creer un Ford Mustang del 69, completamente negro. Era el coche de sus sueños, el automóvil que esperaba algún día comprarse. El auto se acercó lentamente, su imponente sonido de motor pronto palpitó junto con el corazón de Tommy. El Mustang se paró delante de su cabina. Tenía los cristales tintados y apenas podía ver nada. Tommy se quedó parado al ver que el conductor no bajaba la ventanilla. Simplemente se escuchaba el rum-rum del motor americano. Al cabo de un interminable minuto, el propietario del Ford bajó levemente la ventanilla. Una humareda de humo empezó a desprenderse. Tabaco. Winston.
-Buenas noches caballero, ¿Sabe que lleva una preciosidad de coche?
Solo se escuchó el rum-rum. Tommy se quedó un poco cortado, parecía que el cliente no era muy hablador.
-Esto…no sé si se ha fijado pero lleva las luces delanteras apagadas…esto…puede ser que le multen, se suele poner un coche policial en la salida hacia el sur.
La respuesta del conductor fue el silencio. Rum-rum. Tommy se molestó, tampoco se merecía tal desprecio.
-Veo que no tiene mucho que decir…- sin respuesta- Son seis con sesenta.
El dueño del coche no hizo ningún gesto. Desde la cabina no se podía ver apenas el interior, simplemente una pequeña columna de humo que salía de su interior. Al cabo de casi dos minutos sin respuesta, Tommy decidió llamar al sheriff, pero justo cuando descolgaba el teléfono, la ventanilla bajó. Del interior del Mustang salió una manó de varón llena de tatuajes con un billete de cien dólares. Tommy se fijó en uno que era particularmente raro, era una cruz extraña, con un par de símbolos que desconocía y unas letras I y X. Sin prestar más atención, cobró el importe, refunfuñando entre dientes porque se iba a quedar sin cambio. Cuando fue a devolverle el cambió, observó que el hombre había quitado el brazo.
-Disculpe caballero.
Otra vez igual, sin respuesta. Tommy extendió el brazo hasta llegar casi a la ventanilla.
-Perdone, aquí tiene el cambio.
Nada de nada.
-Ahí se queda cretino.
Justo cuando iba a volver la mano, el cliente con una habilidad pasmosa sacó el brazo y toco el de Tommy. El dinero se cayó al suelo. Mierda. El conductor arrancó rapidísimamente el bólido. Tommy se quedó a cuadros. Estaba loco. De repente se dio cuenta de que tenía en el brazo una esposa, y que la cadena interminable se dirigía hacia el Ford Mustng. Mierda. Tommy se repuso y con una velocidad demencial empezó a intentar sacarse la esposa, sabía que el tiempo jugaba en su contra. Viendo que no podía quitárselas, empezó a intentar romper los eslabones con un destornillador. Tampoco nada. El tiempo jugaba en su contra. “Joder” masculló entre dientes. La cadena comenzaba a tensarse, y sabía perfectamente lo que era eso. Intentó salir por la ventanilla, pero era muy estrecha para su cuerpo. Sin más dilación intentó salir por la puerta e intentar dar un rodeo a la cabina. Eso haría que se equilibraran las fuerzas en los dos lados, pero justo cuando salía por la puerta, noto un fuerte tirón en la mano. Era su fin.
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