domingo, 12 de febrero de 2012

Relatos breves nº19: Cine Club Luna Llena

Cine club Luna Llena

No sé muy bien como me metí en esto, pero me encanta, estoy enganchado, es mi cocaína, mi heroína, mi LSD.

Todo procede de un domingo noche tedioso, de esos en los que todos tus planes se van al garete, y antes que ensañarte con tus seres queridos, prefieres elaborar otra estratagema para abolir el trágico final, que no es otro que la noción de sucumbir a la pereza dominical.
A esas expensas, decidí salir a la calle y pasear un poco, un ocio común en la urbe, donde como bien saben ustedes, las luces y las estrellas velan cuando sale la luna.
Sin más dilación os comento que llegué a una de esas calles en las que no sabes muy bien donde empieza y donde acaba, en la lejanía observé unas luces, un cine antiguo. Lentamente me acerqué hasta la taquilla, para mi sorpresa estaba abierta, y tenía la cartelera en un papel semiarrugado de pequeño tamaño. Las películas eran clásicas del cine, ya sabéis Lo que el viento se llevóMetrópolis o Ciudadano Kane.
Asomé la cabeza por la taquilla, no había nadie, sólo una silla de ruedas roja y vieja. Defraudado me encaminé por donde había venido. A lo diez pasos una mujer me llamó, al girarme ví a la taquillera, una mujer más fea que gorda que apenas cabía en el asiento.
Retorné mis pisadas y me puse nariz con nariz. Era extraño, normalmente los cines de Barcelona no suelen tener sesiones golfas los domingos por la noche, debido a que el día siguiente, lunes, es laborable. Me picó la curiosidad de ver el cine por dentro, así que compré una entrada y me enfilé a una de las cuatro salas de aquel tugurio.
Como era de esperar el olor que emanaba de dentro era espantoso, un reguero de suciedad cubría el pasamanos del pasillo que enfilaba hacia las salas. Por los laterales se podía presenciar un torrente de colillas, palomitas, y demás porquería que, según mi parecer, haría años que no se limpiaba.
La sala a la que entré era sumamente colosal, debería tener como unas mil butacas, algo raro de ver, y menos en un cine tan poco conocido. La pantalla estaba roída en sus laterales, y la tela donde se proyectaba el filme tenía un color amarillento. Las butacas apenas se tenían en pié, a la que no le faltaba una pata le faltaba un brazo o sino tenía la espuma salida. Las paredes estaban medio descorchadas, antaño parece que hubo allí una protección sonora efectiva, pero de esa época distaba mucho. Aunque lo más curioso no era la sala en sí, sino la gente que había allí. Eran tres, de lo más variopinto de la sociedad. Estaban sentados juntos, y ni siquiera se inmutaron de mi presencia, parecían cadáveres a punto de pasar una autopsia. Había una chica de unos dieciséis años vestida de gótica, un vagabundo, y un hombre entrajado. Estaban sentados en la parte media del cine, ni muy atrás ni muy adelante. Yo, por mi parte,decidí sentarme en la parte posterior, así podría analizarlos mejor.
Durante el largometraje, Nosferatu, ninguno de los tres se movió. Estaban vivos ya que parpadeaban y de tanto en tanto agachaban la cabeza o desplazaban un poco los hombros, pero ninguno se levantó o cambió drásticamente de posición. Al acabar el filme empezaron a emanar los créditos, pero ninguno se inmutó. Quietos. Me picó la curiosidad y me quedé sentado, pero debo sincerarme y deciros que en mi interior brotaba una semilla de miedo. Al acabar los créditos, se encendieron las luces. Se levantaron los tres a la vez y enfilaron hacia la parte delantera de la pantalla, hicieron un corro e hicieron una serie de gestos raros, ella se tocó la oreja, el otro bostezó ostentosamente. Muy raro. Luego se fueron sin decirse ni pío.
Me quedé absorto, boquiabierto, era algo irreal lo que acababa de ver. Mi corazón latía a mil. Me mantuve cinco minutos más en aquel lugar, y al final me fui a casa.

A partir de esa noche y durante los siguientes días, busqué información del cine y de sus extraños habitantes, pero no encontré nada interesante. Se llamaba Luna Llena, y en anteriores década fue un lugar muy célebre en el panorama cinematográfico catalán. Allí se presentaron muchas películas famosas de índole mundial durante los años cuarenta y cincuenta. A partir de los años sesenta la información se vuelve vaga y osca.

Me pasé varios días entre semana para ver si estaba abierto, pero para mi sorpresa no abrió ningún día, ni siquiera el fin de semana, incluido domingo a las golfas.
Pasaron las semanas y no volví a verlo abierto, seguramente cerrarían debido a el escaso personal que iba allí. Nada que hacer.

Al cabo de varios meses y de tanto pasar de vez en cuando vislumbré otra vez las luces de encendido. Me quedé de piedra. Decidí acercarme, y una vez en la taquilla me encontré ante la misma situación, las películas habían cambiado: Blade Runner, Mad Max, El Padrino Sin perdón. No dejaban de ser clásicos pero más contemporáneos. Sólo había una única sesión, la golfa, como la anterior vez. Aun era temprano para entrar.
Retorné a las doce de la madrugada, la mujer de la otra vez volvía a estar allí. En esta ocasión no me privé de preguntarle a que se debía que sólo abriesen cada domingo de tanto en tanto, se limitó a decirme que no se había fijado en ello, es decir, no hay más preguntas señoría. Entré a ver Sin perdón, esta vez me tocó la sala número cuatro, anteriormente estuve en las dos, y tengo que decirles que era idéntica.
Cuando entré estaba solo. No fue hasta que faltaba un minuto para que comenzara que cuatro personas pasaron la puerta de entrada. Repetía la chica gótica, aunque esta vez le acompañaba un hombre bajito, gordo y calvo con una vestimenta de lo más normal, una chica de unos veinte y pocos que debería medir casi dos metros, y un hombre mayor con un sombrero de cowboy. Ni se miraron, ni se hablaron. Cada uno cogió asiento. Puse ojo avizor y pude sacar varias conclusiones, la primera era que esa noche no se sentaron todos juntos. La segunda es que la chica gótica estaba en el mismo lugar que la anterior ocasión. Sospechoso, me daba la impresión de que todos ellos tenían un asiento personal, exclusivamente para su persona.
Acabó el filme y como en la anterior ocasión, ninguno se movió hasta el fin de los créditos. Terminados estos, se fueron todos para adelante y empezaron otra vez a hacer gestos raros.

Llegué a casa y donde antes había un campo de dudas, ahora había un camino de conclusiones. Volvía a ser domingo, y casualmente fueron ocho semanas después de mi primera entrada. El nombre del cine era Luna Llena y casualmente, ese día era luna llena como la primera experiencia. Estaba claro, el cine sólo habría cada 28 días, cuando la Luna estaba completamente blanca.

Al cabo de 28 días regresé al lugar, para variar decidí entrar más tarde para ver que pasaba. No fue hasta las doce y veinticinco minutos cuando se acercó un grupo de gente a cuentagotas. Estaban todos los que en anteriores ocasiones había visto, más otros nuevos, que para no romper la tradición, eran de lo más variopinto.
La cartelera volvía a ser únicamente nocturna, y los largometrajes volvieron a cambiar. Esta vez entré en la sala uno y vi Psicosis. Entraron el cowboy, el vagabundo, y la jugadora de baloncesto y, cómo no, se asentaron en el mismo lugar donde permanecieron la sesión anterior. Cuando terminó me esperé pacientemente el fin de los créditos, terminados estos me fui con ellos hacia el frontal de la tela. Me dejaron espacio, pero ninguno se fijó especialmente en mí. Hicieron gestos, algunos de ellos ya los había visto. Me percaté que eran señales, era como un lenguaje en clave.

Con el paso de los meses, y mi presencia más asidua pude corroborar muchas cosas. Lo primero, era cierto de que cada uno tenía su asiento personal, en cada una de las cuatro salas simétricas. Aparte de esto, todos tenían un alias grabado en la parte más alta de la butaca. Segundo, ninguno decía nada nunca, únicamente se comunicaban por gestos al final de la película, por ejemplo si te parecía aburrida bostezabas, si te parecía interesante abrías los ojos, si la aprobabas ponías el dedo para arriba, y un largo etcétera. Tercero, ninguno de ellos sabía nada de nadie, únicamente se veían cada Luna llena en el cine.

El club de Luna Llena es una secta cinematográfica, y me encanta ser parte de ella.

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