miércoles, 9 de febrero de 2011

Relatos breves nº14: A todo cerdo le llega su San Martín

A todo cerdo le llega su San Martín

En sus manos goteaba la sangre lentamente, y caía como cual rocío en verano suavemente al parquet de madera. Era un vals perfecto, suave y tierno. No cabe en este folio palabras para explicar tal sensación. El líquido rojo en su impacto contra el suelo dejaba un rastro innegable, era el color de la venganza, era el color de la victoria, era en definitiva, el color de la esperanza.
Por fin se habían acabado todas aquellas excusas absurdas para disimular unas marcas más que evidentes. Era primavera, y este año, fuera donde fuera, dejaría de llevar aquellos estúpidos pañuelos que le hacían parecer vieja. Era libre, ya no tenía que llevar más las cadenas de la vergüenza, ahora podría hacer lo que quisiera sin tener que pedírselo a nadie. Un mundo feliz.

Sucedió rápido, como suelen suceder estas cosas. Lo dudó durante mucho tiempo, aunque bien sabemos que hay cosas, que no se deben dudar ni un momento. Tal vez de eso se culpa, de no haberlo remediado antes, de no haberle parado los pies antes de que su particular via crucis empezara.
Todo eso ya daba igual, la decisión estaba tomada, a todo cerdo le llega su San Martín, y este cerdo en concreto no se iba a salvar. Demasiado tiempo había tardado este día tan especial.
Decidió hacerlo un día señalado, y ese día no podía ser otro que su aniversario. Seguramente su familia habría preparado otra repugnante fiesta, en la que, cómo no, tendría que asistir. Sabía perfectamente lo que era: más de tres horas en el espejo maquillándose para intentar crear algo de luz entre tanta oscuridad. La fiesta sería un alarde de hipocresía, y en particular de humillación. El solo hecho de imaginarlo le causaba náuseas y vómitos. Pero esta vez no, esta vez sería ella la que se reiría. En sus labios se dibujó una sonrisa al imaginarse la cara de la madre del cerdo. Será una escena deliciosa, de esas que hay que saborear y apreciar.

Dicen que los animales conocen el momento de su muerte, parece que a este le costó más. El plan no fue muy complicado, estaba todo planeado al detalle. Ella sabía perfectamente que el cerdo iba a llegar tarde a casa, sabía perfectamente que vendría borracho, sabía perfectamente que la golpearía hasta cansarse, sabía perfectamente que abusaría de ella, sabía perfectamente que se dormiría en medio de la cama…lo sabía todo. Así que no le fue difícil atarle las manos y los pies al cerdo en la cama, y después con unas tijeras de cortar carne (que menos para tan vil animal) cortarle su músculo más preciado.

El cerdo gritó.

El cerdo se desangró.

La libertad tenía un precio, y mientras ella miraba como caían las gotas de sangre al suelo, en su cara comenzaron a reflejarse las luces azules y rojas del exterior. Alzó la vista y se miró en el espejo. Hoy estás más guapa que nunca, cariño.

martes, 1 de febrero de 2011