miércoles, 9 de marzo de 2016

Relatos Breves nº23: Arturín

Relatos Breves: Arturín
¿Cómo? ¿Aún no sabéis quién era Arturín? Bueno no pasa nada. Os contaré la historia que todo el mundo sabe, la historia de su vida.

Arturín nació hace unos 29 años. Su madre al poco de nacer lo abandonó. De su padre poco se puede hablar ya que nunca se supo quién era. Algunos dicen que es Pepe, el drogata o Juanjo, el borracho putero -uno de tantos vaya- pero ciertamente nadie sabe quién es.
El que le cuidó fue su abuelo Aurelio, un viejo facha que luchó en la guerra y que vivía de las pensiones y ayudas de Estado. Lo cuidó tan bien como pudo el hombre, a base de disciplina severa- que consistía básicamente en golpes y chillidos-. Lo supo enderezar al menos unos años.

Yo conocí a Arturín en la escuela. Era algo mayor que yo pero ya se hacía notar. Era especial, o te caía bien o te caía mal. Yo era de los primeros y eso que una vez me robó la bici. Aunque bueno, más que un robo fue un hurto, abrió el candado que la ataba a una farola y se la llevó.
Os preguntaréis entonces por qué me caía bien, más que nada porque era un tipo singular. Apenas hablaba con nadie y en clase, era repetidor endémico, se pasaba la hora rayando un folio tras otro, sin ningún sentido. Las notas como podréis imaginar eran las peores y no pasó del primer año de secundaria. Sin embargo Arturín tenía una mente prodigiosa. Con una facilidad inverosímil era capaz de abrir cerraduras, hacer un puente a un coche, o quitar una rueda de una moto para venderla.

Siempre estaba haciendo algo. Recuerdo perfectamente el día en que pasé por el parque y lo vi con un martillo, unos alicates y un destornillador –todo robado, claro está-, estaba haciendo como monedas con las chapas de las bebidas. Cuando le pregunté qué hacía me contestó que estaba haciendo monedas falsas para meterlas en una máquina de bebida y que le devolviese las de valor. Y lo hizo, no sé cómo supo precisar el peso de la moneda.
Era un especialista, el James Bond de la chatarra. Trucaba cabinas telefónicas para conseguir dinero, robaba las motos de los pizzeros para venderlas en la chatarrería, quitaba los carburadores a los camiones, entraba a las obras a coger el cobre…

Lo pasó mal cuando murió su abuelo. Éste vivía de alquiler y por impago echaron a Arturín de la casa. Comenzó a vivir de ocupa por las viviendas vacías de la zona. Con la crisis económica todo se jodió: empezó a robar a gente del barrio, y esas personas no tienen un pelo de tonto y le apalizaron más de una vez; robar comida en los supermercados le era ya casi imposible, estaba denunciado en todos ellos; y la policía le arrestó más de una vez por robo y tráfico de drogas. Al final ya no pudo ni vivir de ocupa por lo cual se tuvo que ir a la calle a dormir. Comía de las basuras que los ciudadanos tiraban. Y con suerte vendía alguna chatarra. Se ve que empezó a meterse jaco y que su mente dejó de funcionar.

El otro día se quedó dormido en el conteiner verde. El conductor del camión de la basura no lo vio y lo volcó dentro.  La prensa le chafó el cráneo y parte del esternón. Cuando el conductor se dio cuenta era demasiado tarde, los sesos estaban escampados por doquier.
Tal vez era la lógica muerte de una persona a la que todos consideraban mierda.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Ciudad de vida y muerte, Campo Claro



Ciudad de vida y muerte, Campo Claro


“Camp Clar, en realidad, siempre ha sido Campo Claro. Núcleo de marginación, de exclusión social, de escasa escolarización y de una elevada tasa de paro”. 

Estas palabras las escribió el periodista Oriol Aymi en el diario El País en agosto de 2005, hace ya más de 10 años. La realidad es que tras el paso del tiempo el barrio no ha cambiado mucho. 

Campo Claro, como apunta Toni Peco presidente de la FAVT de Tarragona, nació a finales de los 60’ del siglo pasado. Al principio el barrio era un simple bloque blanco, sin asfalto y sin sentido, quizás símbolo de lo que ha sido el barrio. Un bloque que, curiosamente, sigue existiendo en unas condiciones pésimas, situado detrás de la parroquia de Santa Tecla.

Pero, para entender la realidad social de Camp Clar hay que remontarse todavía más. Tarragona durante el periodo de los 60’ y 80’, triplicó su población. Al son de la construcciones de los grandes polos químicos, miles de andaluces, extremeños, y en menor medida castellanos, vinieron a Tarragona en busca de unas condiciones mejores que las que tenían en la agricultura de sus zonas de origen. 

La avalancha de migrantes provocó el chabolismo en Tarragona, siendo sus principales núcleos la zona de la Savinosa, Entre-vies, y sobre todo la ribera del rio Francolí. La ciudad, como apunta el antropólogo Federico Bardají, no pudo absorber en su núcleo toda est llegada masiva de personas, y los diferentes gobiernos, desde los tradofranquistas hasta los primeros ayuntamientos en democracia, empezaron a planificar la construcción de barrios para poder alojarlas.

Para ello se diseñaron barrios en el extrarradio de la ciudad, intentando acabar con el chabolismo. Muchos de construcción independiente como Bonavista, y otros de una forma más planificada como La Floresta o el barrio la Esperanza. 

Los barrios en Tarragona son diferentes a los de la mayoría de municipios del Estado, están construidos a mucha distancia del CBD (Central Bussiness District), es decir, el corazón financiero de la ciudad. Son barrios situados cerca de los polos químicos, facilitando el acceso de los obreros a ellos, y esto desemboca a zonas prácticamente independientes en materia económica. Ejemplos son el barrio de Sant Pere i Sant Pau situado a 2,5 km del ayuntamiento, Torreforta a 3km, Camp Clar y Sant Salvador a 4 km, y Bonavista a 5 km. En una ciudad de aproximadamente 130 mil habitantes, es más que significativo la separación geográfica de sus barrios. 

Pero volvamos a la historia de Campo Claro, para ello tenemos que hablar del barrio de la Esperanza. Bardají en su libro Bonavista, una biografía social exponía que el barrio de La Esperanza comenzó su construcción en los 70’ y acogió a los chabolistas menos pudientes. Este hecho provocó el inicio de un gueto de pobreza extrema, y de exclusión social. La Esperanza, situado a 5 km del Ayuntamiento, con un sistema eléctrico deficiente y un alcantarillado inadecuado, sobrevivió casi 20 años. Son decenas las menciones que se hacen en los diarios del gran consumo y paso de droga por el barrio, y el gran índice de delincuencia, sumado a un fracaso escolar evidente. Los motivos de ser un barrio fallido, más allá de las etnias o las procedencias culturales, eran las escasas condiciones económicas de sus habitantes, que imposibilitaban un desarrollo en el barrio.

Durante esos años Campo Claro creció a un ritmo considerable. Se crearon sus dos grandes núcleos demográficos: el primero entre el Carrer Riu Llobregat y la N-340, donde se encuentra Cobasa, y los famosos bloques de colores (rosas, azules, verdes, etc). Y el segundo núcleo, entre el Carrer Riu Segre y el Riu Ciurana. El diseño, siendo más homogéneo que el de los barrios de Torreforta o Bonavista, perdía el encanto del barrio, y se transformaron rápidamente en Ciudades dormitorios de status medio-bajo. 

¿Quiénes se acercaron a estos pisos? Principalmente obreros de la construcción y trabajadores no cualificados de las químicas, en su mayoría andaluces y extremeños. Pero hubo un suceso que cambió la realidad social de la zona. Entre 1985 y 1995 muchos de los habitantes de La Esperanza migraron a Campo Claro. Ese fue el inicio de la decadencia del barrio. Las políticas sociales del Ayuntamiento y la Generalitat, en vez de hacer una distribución de los vecinos de La Esperanza por toda la ciudad, intentando romper el fenómeno gueto y dar opciones económicas a sus habitantes, optaron por la solución fácil: no hacer nada y dejar que los rius de Camp Clar fluyeran.

El choque entre los ya residentes y los que venían de La Esperanza no tardó en sucederse, y los motivos no eran otros que las pequeñas diferencias económicas entre obreros no cualificados con trabajo,versus obreros parados en estado de exclusión social. Lo que viene a ser el último contra el penúltimo.

A partir de entonces poco se ha hecho para solucionar el auténtico problema del barrio: la precariedad laboral. En Diciembre de 2008 Rubén Lombarte publicó un interesante artículo en el Diari de Tarragona donde reflejaba que más de un 45% de habitantes de Camp Clar vivía bajo el umbral de la pobreza (estimado en 7.560 euros). 
Esta precariedad laboral que se vive en el barrio se complementa con la elevada tasa de abandono escolar, como han apuntado las diferentes AMPAS de los colegio e instituto de Camp Clar. 

Pero uno de los problemas clave del barrio es el narcotráfico, endémico principalmente en el eje Pilar-Camp Clar- Bonavista. Hace poco leíamos una gran redada que hubo en el barrio, con el registro a 5 bares de la zona. La noticia ya no sorprende a nadie, casi todos los años encontramos alguna parecida en los diarios. Campo Claro se ha convertido en una zona de paso de droga a nivel nacional, y aunque se puso recientemente la Comisaría de los Mossos d’Esuqadra en su eje central, no parece que haya podido romper esa dinámica. 

Durante estos años hemos visto varios proyectos en el barrio, la propia Comisaría, el Centro Cívico, Smart City o los propios Juegos del Mediterráneo de 2017. Todos los proyectos pueden ser más o menos positivos, pero se vuelve a obviar el principal problema del barrio: la precariedad laboral. Camp Clar, más que unos proyectos cortoplacistas, necesita un plan sólido de viabilidad económica para sus habitantes. Sólo hay que darse un paseo por Riu Llobregat para ver el estado de las viviendas, las cuales no necesitan que las repare el Ayuntamiento, ni la Generalitat, lo que necesitan es que sus vecinos sean capaces de tener el suficiente poder adquisitivo para arreglarse una persiana, poner una puerta en la entrada a la escalera, o pintar el bloque.  No es de extrañar que las viviendas de Camp Clar sean, tras la zona centro de Sant Salvador, las más baratas de la ciudad, como indicaba Francisco Montoya en el Diari hace un mes.

Camp Clar, al igual que Ponent necesita un Plan Económico. El barrio se encuentra en un punto céntrico a nivel demográfico, con industria y polígonos en sus flancos, tiene buenas comunicaciones a nivel logístico y una mano de obra abundante. Camp Clar tiene en su sangre culturas que se abrazan. Camp Clar suena a flamenco, a rumba, a rock urbano, a Hip Hop. Camp Clar huele a cus-cus, a salmorejo, a frijoles, a cargols, a Sarmale. Campo Claro tiene base para poder mejorar sus condiciones, pero es obligatorio que para conseguirlo se desarrolle entre el Ayuntamiento, la Generalitat y los diferentes agentes sociales del barrio un plan económico a largo plazo que de trabajo y dignidad a sus habitantes.

Camp Clar puede ser un barrio de muerte por droga o un barrio de vida cultural, todo ello dependerá de la voluntad política y social de las diferentes organizaciones del territorio. 




Artículo escrito en Circ de Tarragona el pasado 1 de marzo de 2016