FEMINISMO, ASIGNATURA PENDIENTE EN LA IZQUIERDA
Los primeros movimientos feministas nacieron en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque ya había una génesis anterior, fueron las últimas décadas de dicho siglo las que iniciaron el movimiento a nivel europeo. Los partidos socialistas europeos más fuertes de la época incluyeron medidas a favor del sufragio femenino, como el SPD alemán o el POF francés. Pero estas medidas se quedaron la mayoría de veces en papel mojado y seguía existiendo un claro menosprecio hacia la mujer, especialmente en el mundo laboral. Medidas como a igual trabajo igual salario, se quedaban en frases decorativas para eslóganes.
A principios de siglo XX, fueron los países nórdicos los que llevaron la delantera en la igualación de condiciones legales para la mujer. En especial Gran Bretaña consiguió grandes avances, gracias a organizaciones como la Unión Nacional de Sociedades de Mujeres Sufragistas (NUWSS) o la Unión Política Social y Femenina (WSPU). Estas organizaciones supieron captar la atención del público y fueron capaces de movilizar a masas de mujeres para la obtención de derechos tan básicos como poder votar.
Durante la primera y segunda década la mayoría de estos países del norte de Europa consiguieron el sufragio femenino, especialmente después de la Primera Guerra Mundial, cuando un gran colectivo de mujeres pasaron a formar parte de la gran masa laboral, Finlandia en 1906, Noruega en 1913, Dinamarca 1915, Suecia y Gran Bretaña en 1918. Este panorama contrastaba mucho con los países del sur europeo, donde los movimientos feministas apenas tenían fuerzas y en caso como España o Grecia eran prácticamente inexistentes.
Pero si bien es cierto que se avanzó en algunos aspectos, en otros la política se mantenía igual, la dependencia económica de las mujeres apenas mejoró. Durante la Gran Guerra la mujer había accedido a ejercer oficios que sólo estaban reservados para los hombres, pero al terminar la contienda todo volvió a los hábitos anteriores. La izquierda tenía el deseo de estabilizar las relaciones que el acontecimiento bélico había producido, dejando a la mujer en un segundo plano en materia laboral. Por eso, aunque si que es cierto que se había logrado avances constitucionales, la mujer continuaba siendo tratada como una ciudadana de segunda clase.
Durante el periodo entreguerras, avanzó el sufragio femenino en varios países sureños, que veían el renacer de una democracia más participativa. Una vez acabada la segunda guerra mundial, prácticamente todos los países europeos reconocieron el sufragio femenino. La segunda guerra mundial movilizó a millones de mujeres y la volvieron a incluir masivamente en el mundo laboral. Pero al finalizar la contienda, otra vez volvió a suceder lo mismo que al finalizar la primera, la mujer volvió a tener un papel secundario en la sociedad, y aunque si bien es cierto que unas pocas lograron tener papeles importantes en la política nacional, su número comparado con el de los hombres era abrumadamente inferior.
Muchos partidos y sindicatos de izquierda volvieron a la retórica después de la segunda guerra mundial en favor de las mujeres, pero volvieron a caer en no ser consecuentes con la ideología de igualdad. Las mujeres ahora podían ejercer derechos políticos, pero las leyes de la posguerra trataban de mantenerlas en casa. Los comunistas paradójicamente buscaron posturas más cercanas a grupos no obreros, pero se dirigieron a las mujeres de forma estereotipada, mientras, los socialdemócratas se aceraban a un modelo conservador donde la mujer debía cumplir las tareas del hogar. La misoginia, la separación de las esferas, y la simple indiferencia de los movimientos con predominio masculino siguieron siendo la norma.
Sería a partir de la década de los 60’ cuando el movimiento feminista volvió a avanzar en medidas legislativas, y en conceptos sociales, será la llamada segunda ola. Otra vez el feminismo británico marcó la vanguardia del movimiento en varios aspectos como el aborto, con la creación de una ley reguladora en 1967, la igualdad salarial, la violencia de género o la liberación sexual. Pero la segunda gran ola se nutrió y de una forma muy clara de lo sucedido en 1968, con las revueltas francesas. Ese año se iniciaron múltiples movimientos en pro de los derechos de la mujer.
Esta segunda ola consiguió importantes avances en el campo femenino en la mayoría de países de la Europa occidental, sobre todo en temas relacionados con el papel de la mujer en la familia, la igualdad en los derechos laborales y los derechos en materia reproductiva.
En las décadas finales del siglo XX el movimiento femenino comienza una división, entre un eje más radical y otro más conservador. La izquierda por su parte se implicó de manera desigual, dependiendo de numerosos factores vinculados a la realidad histórica femenina de cada país y a los conceptos sociales desarrollados en cada nación.
En definitiva, falta la involucración de las organizaciones de izquierda con el movimiento feminista. Si bien es cierto que los programas de la izquierda, como el que tuvo durante mucho tiempo el SPD alemán, el PSI o el PCI italianos, promovían medidas de igualdad y de compromiso, después no supieron transformarlo en realidad política, y la mujer se quedó relegada en un segundo plano. Muchos de los movimientos feministas comenzaron al margen de la izquierda, y tuvieron que desarrollarse en contra de políticas conservadoras de partidos socialistas y comunistas. Es por ello que una de las tareas pendientes de la izquierda europea es trabajar por el movimiento feminista de una forma más coherente y justa.