Novecento, o La Clase Trabajadora ante el 26J
El próximo 26 de junio de 2016 todos los españoles y españolas están convocados a urnas para decidir la composición parlamentaria de la duodécima legislatura del Congreso de los Diputados.
La ya finalizada undécima ha sido un fracaso a nivel político, con lo cual los partidos volverán al ruedo para saber qué deciden los votantes sobre su futuro.
Lo que está claro es que el país vive un momento complicado: el paro (superior al 20% de la población activa) , una deuda exterior que no para de subir (1,78 billones de euros), y una economía cada vez más frágil, dependiente al cien por cien del designio de los grandes mercados europeos y norteamericanos.
El paro en concreto ha sido un mal endémico que de momento nadie ha sabido solucionar, y ya no sólo es un problema de falta de trabajo, también se suma que el nuevo trabajo es más precario para el trabajador, como exponen las principales federaciones sindicales y la propia OIT.
La economía ha sido un fracaso estrepitoso, los gobiernos han vuelto a suspender matemáticas, algo básico en la gestión del país. Los principales damnificados, la clase trabajadora, han visto una regresión continua de su economía. Y cuando me refiero a clase trabajadora, no sólo me refiero a oficiales no cualificados, esa gran masa mileurista o por debajo del mileurismo, o ya directamente parados, muchos por debajo del umbral de la pobreza, me refiero también a especialistas y técnicos cualificados. La crisis económica ha llegado a todas las casas de los trabajadores.
El INE mostró que si en 2009 los ingresos medios por hogar eran de 29.634 euros, en 2014 bajaba a 26.154, con lo cual sale una reducción en la ‘pasta’ de cada hogar del 11,75%.
Pero no todos los españoles han sufrido la crisis de la misma forma. En el informe ‘Gobernar para las élites’ de Intermon Oxfam de 2015, se expone que España es el segundo país de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis. Los datos asustan, el 1% más rico de España tiene tanto como el 30% más pobre. El país, es el segundo estado de UE en el que más ha crecido las distancias entre rentas altas y bajas.
Y ¿qué ha provocado esta desigualdad? Seguramente la respuesta sea multifactorial, pero sin lugar a duda las Reformas Laborales del 2010 (PSOE) y del 2012 (PP), que modificaron de lleno el principal código legal laboral (Estatuto de los Trabajadores), tienen mucho que ver. Ambas reformas fueron expuestas como soluciones para frenar el paro y devolver a los mercados confianza. Pero realmente ¿qué supusieron?
La primera, la Reforma Laboral del 2010, nace como respuesta a una exigencia de la CEOE ante el sistema de despido. Según la patronal era necesario facilitar el despido para que las grandes empresas pudieran ser más flexibles. Esto significaba básicamente que se rebajaban los requisitos para justificar el despido por razones económicas, técnicas, productivas u organizativas. Esto se materializó en una modificación sustancial del Estatuto de los Trabajadores: los nuevos contratos tendrían una indemnización de 33 días por año frente a los 45 días anteriores, pudiendo ser sólo 20 días por años cuando las empresas pudieran prever pérdidas.
Además, esta Reforma facilitaba los ERE a través del silencio administrativo, es decir si en 15 días no había contestación por parte del Estado, se daba como positivo. Otro punto era que se podría modificar unilateralmente las condiciones de trabajo (artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores), con lo cual la empresa tiene plena potestad de cambiar el horario, el turno y las retribuciones de forma colectiva o individual.
Por último matizar otros dos puntos, de los muchos que cambió la Reforma laboral del PSEO. El primero es que las ETT comenzaban a tener poder en la orientación, asesoramiento y colocación de los parados, externalizando un servicio básico de los trabajadores. El segundo, que se baja del 5% al 2,% el índice de absentismo del conjunto de la empresa que se toma como referencia para el despido del trabajador.
Todas estas reformas parecieron exiguas para la patronal y para los mercados europeos, la llamada troika. Por eso con la llegada del PP al gobierno a finales de 2011, no sorprendió una nueva oleada reformista en el ámbito laboral.
En 2012 el PP aprobaba por mayoría absoluta otra modificación de los Estatutos de los Trabajadores. Se implantaban el despido objetivo, en el cual una empresa podrá despedir al trabajador por causas objetivas cuando tengan una caída de ingresos durante tres trimestres consecutivos. También se rebajó el cobro del despido improcedente, ya que la indemnización de estos bajaba de 45 días a 33 días por año, con un máximo de 24 mensualidades, frente a las 42 anteriores.
Se introduce también el despido por causas económicas en las administraciones y empresas públicas, y en lo referente a la negociación colectiva el convenio que prevalece es el de la empresa en detrimento de los convenios sectoriales.
Se introduce el concepto de ultractividad, que significa que se termina con las prórrogas automáticas d los convenios en caso de desacuerdo.
Y por último, entre otras medidas, se facilita el absentismo individual como causa de despido y se crea un contrato de emprendedores, en el cual se puede tener a un trabajador durante un año en un periodo de pruebas, al cual se puede despedir sin indemnización.
Y todas estas medidas ¿han funcionado? Pues la respuesta es que sí, pero no para todos igual. Según el informe Capgemini y RBC de 2014 el número de ricos ascendió en un 40% desde 2008. La desigualdad aumentó, miles de nuevos ricos incrementaban sus haciendas, mientras más de 500.000 jóvenes españoles emigraban al Norte de Europa en busca de un futuro.
Esta claro que el incremento de desigualdades, y el descenso del nivel de vida medio de los trabajadores, no tienen como único factor las Reformas Laborales, ya comenté antes que la respuesta es multifactorial. Pero sin duda que en el bolsillo de cada familia trabajadora, las reformas se han notado.
Ante esto la clase trabajadora tiene un dilema ante las próximas elecciones del 26-J, ¿merece la pena votar? ¿en quién confiar? Las respuestas siempre son subjetivas, pero lo que es evidente es que las Reformas Laborales no han logrado su objetivo, con lo cual más que Reformas, se han convertido en Contra-reformas.
La clase trabajadora tiene la difícil decisión de si puede confiar en votar a algún partido. La abstención es más que tentadora.
El voto de la clase trabajadora, si es que decide votar, con la lógica antes mencionada sólo puede ser para aquellas opciones políticas que hagan frente común con las políticas liberales de las Reformas Laborales de 2010 y 2012. Ya no hay más opciones a reformas made in Germany. Si se quiere acabar con la desigualdad, lo primero es dignificar los salarios laborales en pro de una mayor justicia social.
Artículo publicado en Circ de Tarragona el 31 de mayo de 2016
Artículo publicado en Circ de Tarragona el 31 de mayo de 2016
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