Aquí os dejo la segunda parte del diario de este joven particular, la verdad es que me ha encantado, espero que os guste.
DIA 16
Han llevado a Urgencias al Ansias, un tipo de la peña, un gamba de Industriales que mezcló éxtasis líquido con ron. Se pasa la vida puesto, le da a todo, al alpiste, al jaco, a la farlopa, o de eso presume. Me la suda. Me levantó a una piba hace cuatro o cinco noches, una piba a la que yo había aflojado con la mirada, es un decir. Éxtasis líquido. ¿Acaso hay éxtasis sólido? Ni la desgracia es sólida en este mundo. Lo puedo demostrar porque cuando ya había echado el verano a perros resulta que tropiezo en una esquina con la piba de las líneas arriba, me cuenta lo del Ansias, y yo la miro sin saber qué decir y ella me mira como esperando que le diga algo. La miro y de repente me sale la frase del libro de mi viejo: la modalidad práctica, digo, irrita a la modalidad zen. Resulta que la piba es budista o así, de modo que entiende la frase y queda flasheada. La he pronunciado refiriéndome al problema del Ansias, claro, que es un gilipollas, un cutre, un tío que no rula. Los problemas, le digo a Marisol (así se llama la piba), se pueden resolver del modo que nos convenga a nosotros o del modo que convenga al problema. Si los resolvemos del modo que nos conviene a nosotros, como el Ansias, la cagamos porque la modalidad práctica irrita a la modalidad zen.
Estoy hablando a ciegas, a lo loco, pero en medio de toda esa palabrería se abre un agujerito por el que comprendo un poco lo que digo. La modalidad práctica irrita a la modalidad zen. ¿Me ligo a la piba por la modalidad práctica o por la modalidad zen? Me la he ligado ya por la modalidad zen sin darme cuenta, de modo que nos vamos detrás de la iglesia y nos damos el pico media hora. Llevo mirando a esta chica desde que era un chinorro, un crío, vive en Madrid también, pero allí no hemos quedado nunca. Un día la vi de lejos y cambié de acera. Luego me dio un bajón histórico. Y ahora, de repente, ya ves. La modalidad zen de los cojones. Si se entera mi padre, me subraya los apuntes.
DIA 17
Jamás he visto llorar a mi viejo. A mi vieja sí, y me raya, pero no me mata. El caso es que estaba en mi cuarto, haciendo un mapa de mi vida, con todos sus accidentes, para otro videojuego que se me acaba de ocurrir, cuando entra mi viejo para preguntarme si voy a salir (coartada de mierda) y se sienta en el borde de la cama como esperando que suceda algo. A lo primero, que diría el Risas, pienso que quiere que me vaya para hurgar en mis cosas y robarme un poco de has. No sabe el pobre que el has es la aguja que perdí el otro día en el pajar, por culpa suya. Pero a lo segundo me cosco de que tiene los ojos raros. Intento no darme cuenta porque la sola idea de que mi viejo haya llorado me abre en canal, me parte en dos, me dobla. No, tío, le digo sin hablar, no me hagas esto, un padre que llora delante de su hijo ha matado a su hijo. Aquí el problemático soy yo, el que tiene un marrón soy yo, el conflictivo yo, no me jodas, no me hagas esto hoy, que había quedado con Marisol, que había estudiado tres horas como el que hace caligrafía, que la vida me empezaba a sonreír.
El viejo se ha dado cuenta de que me he dado cuenta y ha salido con que tiene alergia. Mentira podrida, las alergias dan en primavera. Soy alérgico, además de conflictivo, por eso lo sé. Pero hemos quedado en que sí, en que tiene alergia, a veces hay que pactar con la realidad, eso dice mi profesor de Lengua. Vale, tienes alergia, tío. ¿Has venido a decirme eso? Me huelo que quiere "hablar", de modo que me adelanto, por si acaso, y le pregunto si puede recomendarme una lectura entretenida, una novela de aventuras, para combinar con el estudio, porque se me empieza a ir la pinza. Ha sido pedirle una lectura para que le cambiara la cara, quién lo entiende. Se ha puesto muy nervioso y ha ido corriendo al salón, donde tiene una pequeña biblioteca, pero no sabía qué darme por miedo a fracasar, como si mi futuro dependiera de esa recomendación. Le he dicho que lo piense y me he abierto.
DIA 18
Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rock. Me refiero a lo de Marisol y lo mío, si llegó a ser nuestro en algún momento. Nos vimos ayer por la noche. Nos escaqueamos de la peña, que cada año está más plasta, y paseamos hasta la playa, en plan sensible. Me dijo que iba a hacer arquitectura y me largó un rollo sobre el Guggenheim. No tengo nada en contra del Guggenheim. Tampoco a favor. Pero me dio la impresión de que me restregaba su éxito como arquitecta, pues yo le había dicho anteriormente que no sabía qué hacer con mi vida, ni siquiera en el caso de aprobar la selectividad, que estaba por ver. Total, que cuando la tía había construido siete puentes y ocho rascacielos y la llamaban de Japón para levantar una torre con forma de supositorio, le dije que para triunfar en la vida era preciso creer en algo, o sea, estar profundamente equivocado. Como es budista, no tuvo más remedio que darme la razón, pero me la dio con la boca chica. Entonces comprendí que no era budista. Tampoco yo, no me voy a tirar el moco, pero había más escayola en su actitud que en la mía. Yo no sé lo que digo cuando digo que para triunfar en la vida hay que creer en algo, lo que implica estar profundamente equivocado. Pero cada vez que pronuncio esa frase, igual que cuando digo que la modalidad práctica irrita a la modalidad zen, siento un crujido aquí, en la boca del estómago. Las comprendo con el estómago. Marisol no. Es una impostora, qué le vamos a hacer. No es que haya dejado de gustarme, pero no me compensa. Cuando nos hemos besado (por cumplir, todo hay que decirlo), sus labios me han parecido los bordes de dos filetes de carne y el ruido del mar el de la cisterna del retrete. Soy conflictivo de cojones. Lástima de un coco normal. Al volver a casa, he dado una vuelta con la linterna por el descampado, buscando la bellota, y he tropezado con un gato muerto. Un gato negro muerto. ¿Es o no es para cagarse en todo?
DIA 19
Joder, desde que me puse a estudiar sin ganas, sin objetivos, sin futuro, como el que hace caligrafía o trabajos manuales, me cunde un huevo. He sentido por primera vez en la vida eso que mis viejos llaman la satisfacción del trabajo bien hecho. No estudio para aprobar, que parece imposible, sino para estar bien, para compensar, creo, el desorden general que hay a mi alrededor. Y es que mi viejo ha entrado en picado, en barrena, se le ha ido la perola. Ni se afeita ni compra el periódico ni baja a la playa ni leches. Total, que yo no existo. O existo sólo porque quiero leer un libro. Esta mañana, en el desayuno, me ha pedido perdón por no habérmelo dado todavía. No sé qué darte, dice, para que te enganche. Quiere darme algo que me enganche para toda la vida. Para eso ya están las drogas, le digo, y me mira con terror, quizá con culpa por los pequeños hurtos de hachís de los que he sido víctima. No te rayes, le digo, ¿tengo cara de drogadicto o qué? La historia del Ansias con el puto éxtasis líquido ha conmovido a toda la colonia. Los viejos dicen éxtasis líquido y se quedan en blanco unos segundos, como si el nombre les pirara.
Total, que me he pasado el día en mi habitación, en plan Hiki Komori, tratando de decidir si me convierto en un Unabomber para mandar todo esto a la mierda (lo malo es que me tendría que obsesionar con el ajedrez o con la bioquímica) o en un tipo normal, un tipo, por ejemplo, que se hiciera cargo del problema familiar y se pusiera a trabajar (de qué) para echar una mano. Quizá podríamos comprar entonces la casa ésta de los cojones a la que yo vendría a veranear de mayor con mi esposa arquitecta y mis hijos conflictivos, o directamente psicópatas, que los hijos tienen que ser más que los padres. Ya estoy otra vez con los sudores, con la falta de respiración, con esa bola de billar que se me pone aquí, en el pecho. A ver si voy a ser también un agonías. Dice mi madre a gritos que si quiero cenar. Que no, coño.
DIA 20
Me han presentado en casa mi hermana y su marido para dejarnos al niño, al que han metido en mi habitación porque la otra "no se ha abierto". Pues la abrimos, digo yo. Y mi vieja, que para cuatro días que quedan de verano no vale la pena. ¿A quién no le vale la pena? Yo he hecho como que no veía al crío. ¿De quién es esta bolsa?, he preguntado al entrar en el dormitorio. De tu sobrino, de quién si no, grita mi madre. Pues será el hombre invisible, porque yo no lo veo. El crío me miraba con la cabeza levantada, alucinando, y yo he encendido el ordenador y me he puesto a mis cosas como si estuviera solo en la habitación. Al rato me ha preguntado qué hacía y yo he vuelto la cabeza con gesto de sorpresa, como buscando de dónde procedía la voz. Estoy aquí, me decía él, y yo le atravesaba con la mirada, como si no le viera. Finalmente, mirando al vacío, le he preguntado cómo ha conseguido ser invisible, el sueño de mi vida, y el tío ha entrado en el rollo. Dice que le sale sin querer. Total, que le he dicho que estaba escribiendo el diario de un psicópata y ha preguntado qué es un psicópata. Un tío que mata a ancianitas, digo yo. ¿Como la abuela? Como la abuela no, más viejas. ¿Y por qué las mata? Porque está trastornado, coño, y cuando estás trastornado matas a ancianas. ¿Y tú estás trastornado?, dice. ¿Es que no se nota?, digo. Pero aquí, he añadido, no las mato, aquí estoy de vacaciones. Al tío le ha parecido normal. Durante la comida he preguntado a mis padres por qué fingían verle y han agarrado un globo. Sentido del humor. Después de comer, le he dicho al crío que hay un pacto familiar para hacer como que le vemos, no vaya a coger un trauma. Todo el mundo está compinchado para hacerle creer que es visible. ¿Y cómo me detectan?, dice el gilipollas completamente en el papel. Con unos sensores especiales del Ejército americano, digo. El chaval ha asentido con la cabeza, como si atara cabos, como si se le hubiera hecho la luz. Un crack.
DIA 21
La relación con el hombre invisible resulta agotadora, pero no pienso dar marcha atrás. A veces lo piso o me lo llevo por delante, para que no se crea que todo son ventajas. Duerme en una cama mueble, al lado de la mía, y dedica una hora diaria a rellenar uno de esos putos cuadernos de vacaciones que amargaron mi infancia. La cosa es no parar. Mientras él trabaja en una mesa plegable, de las de playa, que le ha puesto la vieja, yo curro en el ordenador. Como es invisible, a veces se levanta con mucho cuidado para no hacer ruido, se coloca detrás de mí y se pone a leer lo que escribo, así que tengo siempre una ventana lista para cambiar de página. En la que lee él, titulada Diario de un psicópata, describo mis métodos para matar ancianas. Generalmente las ahorco con un pañuelo de seda, aunque a una la dormí con cloroformo y luego le metí el tubo del gas por la boca. Cuantas más burradas pongo más disfruta el invisible de los cojones. Cuando me canso, tiro de repente la silla para atrás, como para levantarme, y le doy un golpe. Que se joda.
Esta mañana, con dos huevos, ha cogido un cigarro de mi mesa, se lo ha puesto en la boca y lo ha encendido, todo muy despacio, como a cámara lenta, mientras yo observaba la maniobra de reojo, fingiendo que no me coscaba de nada. Cuando ha empezado a cargarme, he hecho como que el olor del tabaco me llamaba la atención, me he vuelto y al ver un cigarrillo flotando en el aire le he dado un manotazo. O sea, que el hombre invisible se ha llevado una hostia que ha aguantado a palo seco, sin un ay, sin una lágrima. Tras dejar caer el cigarro, que he pisado como a una cucaracha, se ha alejado, por si seguían lloviendo hostias. Yo he permanecido un rato con la expresión de quien acabara de asistir a un suceso paranormal. Luego ha entrado mi vieja, ha olisqueado el aire y me ha dicho que mientras el crío esté en casa no fume en la habitación. ¡El hombre invisible, he exclamado yo, ahora lo entiendo todo!
DIA 22
Coño, coño, coño, coño. Resulta que estoy a lo mío, tan tranquilo, dándole a la tecla en mi ordenata, cuando oigo llorar a moco tendido al hombre invisible detrás de mí. ¿Y a ti qué narices te pasa?, digo mirando al vacío, porque ya hemos llegado al acuerdo de que en efecto es completamente invisible, inmaterial, etéreo. El tío se come los mocos y dice que nada. Y yo cómo que nada, no me hagas que te lo saque a hostias. Y el tío que sus padres se van a separar, que lo han dejado con nosotros porque están arreglando las cosas para separarse y que le han prohibido que se lo diga a los abuelos o a mí. ¿Y si te lo han prohibido por qué me lo cuentas, joder? No sé, dice él entre hipidos. O sea, le digo yo, que, además de invisible, hijo de padres separados. Gozas de todos los privilegios a los que aspira cualquier tío normal, por qué lloras. El tío te rompe el alma, hostias, está realmente destrozado. Me cago en las familias funcionales.
Este invierno vino al instituto un menda que nos soltó un rollo sobre las familias disfuncionales. Deduje que la mía era funcional. Un padre, una madre, un puto hijo (yo) con una hermana mayor casada y con un niño. Una familia estándar, tipo, donde todos se vigilan para que nadie se salga del redil. En el coloquio opiné que las familias disfuncionales funcionaban mejor que las funcionales y se lo tomaron como una provocación. De las familias funcionales salen los Hiki Komori y los Unambomber y los psicópatas que matan ancianitas. El hombre invisible estaba jodido, hecho polvo, pero ni me acerqué a él ni le toqué, aunque le juré por Dios que le envidiaba. Ojalá mis viejos se separaran, tú, y levantaran la presión sobre mí; me asfixian. Me hizo jurar que no se lo diría a nadie, y luego quiso que le jurara también que si, entre unas cosas y otras, se quedaba sin hogar, podría instalarse conmigo, en mi dormitorio de Madrid. Le dije que ni en sueños. Total, si soy invisible, no me ves, dijo el cabrón.
DIA 23
Continúo realizando el mapa de mi vida, que está lleno de regiones inhóspitas. Lo hago a ordenador, con el programa de dibujo que me enseñó a manejar El Risas el invierno pasado. Parece el mapa de un país inexistente, como el de El Señor de los Anillos. Acabo de añadir la región del sobrino invisible y plasta, por la que pasa un río de lágrimas y mocos, todo mezclado, lleno de cascadas y de rápidos. Para escapar de esa región tienes que atravesar el río, lo que a la mayoría de la gente le da yuyu. Mientras yo levanto el mapa de mi vida, el hombre invisible rellena dócilmente el Cuaderno de Vacaciones Santillana, que creo que pertenece a la misma empresa que EL PAÍS, o sea, que los dos trabajamos para el mismo dueño. El mundo tiene dos o tres dueños (cuatro como mucho), y a nosotros nos ha tocado éste. Aún no sé qué forma darle, por cierto, a la región que representa los problemas laborales de mi viejo. Estaba dándole vueltas a este tema, o a esta tema, según, cuando suena mi móvil. Sí, digo. Hola, dice al otro lado mi hermana. Hola, digo yo, y miro al hombre invisible, que no levanta la cabeza del cuaderno. Escribe con un lápiz de los que por un lado tienen mina y por otro, una goma, y se muerde la lengua en un gesto de concentración que da pena. Mi hermana dice que cómo veo a su hijo y yo digo que bien, mientras salgo del dormitorio, para que el crío no se cosque. ¿Pero bien, bien?, insiste. Bien, bien, digo yo, como si le hubieran tocado los ciegos, la Bono Loto y las quinielas, todo al mismo tiempo; nunca lo había visto tan contento, duerme aquí, conmigo, y te juro que jamás había visto a un crío tan feliz, es lo que tienen las familias funcionales, que funcionan, para eso son, coño, si no funcionaran serían disfuncionales. Mi hermana digiere el mosqueo y me pregunta por los viejos. La vieja, bien, dentro de un orden. El viejo ha dejado de afeitarse y de leer el periódico. Yo también estoy pasando el mejor verano de mi vida, añado antes de colgar.
DIA 24
Mi viejo sigue obsesionado con el libro que le pedí el otro día, en un momento de debilidad que estoy pagando caro. Cuando no se angustia por el curro, se angustia porque no sabe qué recomendarme. Si me lo hubieras pedido en Madrid, dice, pero aquí no tengo más que cuatro libros, coño. Mi viejo es la persona del mundo que mejor dice coño. Sólo lo emplea cuando algo le afecta mucho, de modo que logra conmoverte. No te apures, le digo, en cuatro días estamos en Madrid, ya me lo darás allí. Vale, dice él, pero dando a entender que me ha fallado en un asunto de vital importancia. Entonces, para que no se hunda, le digo que por qué no me deja un libro pequeño que he visto en su mesilla de noche, el discurso vacío o algo así. Que no, ni hablar, dice, es un libro aburrido. ¿Pero a ti te gusta?, digo yo. A mí, sí, mucho, dice él. ¿Y por qué te gustan los libros aburridos?, pregunto, ya sé que no debería, pero me jode reprimirme. A mí me gustan las cosas aburridas, hijo, soy ese tipo de persona. Te juro que logra desconcertarme. Y conmoverme. A mí me gustan las cosas aburridas, dice con toda la cara, como si El discurso vacío fuera una plasta. Pues a mí también, le digo, así que déjame probar.
Un día, mi viejo me vio con un libro de Bukowski que me había prestado el Risas. Le pregunté si lo conocía y me dijo que sí, aunque no lo había leído porque estaba escrito a base de caca, pedo, culo, pis. Me jodió cantidad y le dije que eso era una simplificación, que es una frase de él. Eso es una simplificación, dice cuando no le gustan mis opiniones, lo que significa que se acabó la discusión porque soy un simple, un idiota, un lelo. Pues es lo que le dije yo y se lo tragó, porque al día siguiente le vi hojear el libro de Bukowski. Total, que al final se ha ido, luego ha vuelto con El discurso vacío y me lo ha pasado como si me pasara una bomba. Que ya me lo he leído, coño, me han dado ganas de decir, porque cuando tú vas yo vuelvo, que es otra frase suya.
DIA 25
Este finde se han abierto varios colegas de la peña porque sus viejos comenzaban a currar la última semana de agosto. Hay en el pueblo una atmósfera como de explosión nuclear, de fin del mundo. Durante esta semana desfilarán los que quedan. Mis viejos hablan de que nos vayamos el domingo, o sea, los últimos de los últimos, para apurar el verano de mierda hasta las heces. Al hombre invisible le da cagalera cada vez que piensa en el regreso, pues no sabe con qué se va a encontrar, si con dos casas, con una o con ninguna. Al final he tenido que jurarle que si la cosa se pone chunga le doy asilo político en mi dormitorio de Madrid. No hay como tratar mal a alguien para provocar su dependencia. Menos mal que sigo estudiando tres horas al día, como un clavo, en plan terapia ocupacional. Si no, me habría vuelto loco. Consejo de autoayuda: cuando todo a tu alrededor se vaya a la mierda, haz algo inútil y complicado, como meter un barco en una botella o preparar la selectividad.
El caso es que ayer los cuatro gatos que quedamos hicimos por la noche una barbacoa en la playa, para despedirnos del verano y quizá de nuestra juventud (créetelo, también sé ser profundo). Y va mi vieja y dice que por qué no me llevo al hombre invisible, que al fin y al cabo es mi sobrino. Y yo digo que leches, pero mientras digo que leches noto la mirada ansiosa y suplicante del hombre invisible. Total, que me lo llevo, jodido, pero me lo llevo. Más aún: llamo a los colegas y les digo que hagan como que no le ven, porque se cree invisible, y el crío se convierte en el prota de la noche. Yo flipaba porque no había visto nunca a nadie tan feliz, se lo pasó como un enano, nunca mejor dicho, qué cabrón. En la cena estaba Marisol, la arquitecta del Guggenheim, dándose el lote con El Ansias, que ha sobrevivido al éxtasis líquido, tal para cual. Al volver, a las tantas, con un cielo estrellado que te cagas, el hombre invisible se agarraba a mí como a un padre. Snif.
DIA 26
Estábamos el hombre invisible y yo en el descampado, intentando volar una cometa que le han regalado los viejos, cuando veo al enano agacharse y coger algo del suelo. Me fijo y resulta que el algo del suelo era la bellota de has. ¿Pero qué hace esto flotando en el aire?, digo, al tiempo que se la arranco de la mano con el gesto del que caza una mosca. ¿Qué es eso?, pregunta él. ¿No lo ves?, digo yo, una cagada de cabra. Si aquí no hay cabras, dice él. Hay cabras, digo yo, pero son invisibles, como tú. El chaval se queda mosqueado y al poco ataca de nuevo. ¿Y por qué está envuelta en plástico? Porque las cabras invisibles son muy limpias, digo, plastifican la mierda para que no manche. ¿Y por qué te la guardas en el bolsillo?, insiste. Porque me sale de los cojones, le contesto, y levanta un poco la cometa a ver si conseguimos que vuele de una puta vez.
Pero la cometa dice que no. Entonces le digo al hombre invisible que me espere un momento, que voy a mear, y me meto en casa, me encierro en mi cuarto, me lío un peta y le doy una calada que ni me llego a tragar porque en ese instante, sólo con el olor del has, lo veo todo claro. Total, que apago el peta, lo escondo, abandono mi habitación, me interno en el pasillo (no hay moros en la costa) y entro sigilosamente en el dormitorio de los viejos. A continuación abro el cajón de la mesilla de mi viejo e introduzco la bellota, por experimentar. Luego salgo de casa, y vuelvo al descampado donde, lo creas o no, el hombre invisible ha conseguido que la cometa se eleve y está que no se lo cree, no le sale la voz de la emoción. Bien hecho, chaval, le digo, lástima que no te pueda ver para darte una palmada en la chepa. Y el tío dice la tengo aquí, aquí, señalándosela. ¿Aquí?, digo poniendo mi mano sobre su coco. No, no, más abajo, dice él. Total, que al fin hago como que se la encuentro y le atizo un par de golpes y el tío tan feliz. La cometa se contonea en el cielo como una tía pija.
DIA 27
Tras la hora de la siesta, reunión en la cumbre, o sea, mis viejos y yo. El hombre invisible se queda en el cuarto, con el Cuaderno de Vacaciones Santillana, que lleva retrasado por mi culpa. Mis viejos quieren ponerme al tanto de la situación familiar, para que me implique, dice mi vieja. Estoy implicado, digo, y en esto noto que mi viejo tiene cara de cartón. Se ha fumado un peta, me digo, ha encontrado la bellota y se ha fumado un peta. Observo atentamente a mi vieja, por si también, pero no, está fuera, no se cosca. Mi vieja dice que van a prejubilar al viejo, que asiente con expresión beatífica desde cualquiera que sea el plano de la realidad en el que se encuentre, lo que implica un ejercicio de responsabilidad por parte de todos. Le pregunto si "todos" soy yo, y dice que sí, que "todos" soy yo, a lo que digo que no se raye porque todos nosotros (señalándome) podemos rebajar nuestras necesidades en un 30%, que es lo que parece que va a perder el viejo. La vieja se queda desconcertada y le dice al viejo que diga algo. Ya está todo dicho, dice él con una sonrisa beata que desconcierta a la vieja. ¿Y lo de la casa?, dice ella. ¿Lo de la casa?, dice él, pues nada, que no, que no la compramos. ¿Cómo que no la compramos?, dice ella. Pues que lo he visto claro y no, dice él, no vale la pena el sacrificio. Estoy de acuerdo, digo yo, comprándola la convertiríamos en un enemigo al que combatir. Mi viejo advierte en mis palabras la influencia de El discurso vacío y se queda acojonado. Yo advierto en él la influencia del has y me quedo acojonado. Los dos sabemos que sabemos, y eso resulta acojonante. Total, que mi vieja dice que bueno, que quizá convenga darle otra vuelta. O sea, que la reunión dura cinco minutos, lo que a lo primero parece frustrarla, aunque a lo segundo se repone y ataca con el tema de la selectividad. ¿Pero no me ves?, digo yo mostrando mi palidez, producto de las horas de estudio. Sí, hijo, sí, dice con pena. No aguanta un asalto.
DIA 28
Continúo dibujando el mapa de mi vida. He llegado a la periferia, donde abro un hueco para colocar la región de las preocupaciones sociales. Mi viejo me echó un día en cara que no tuviera preocupaciones sociales, sabrá él. Pues las pongo aquí, a tomar por culo. Al final está resultando un mapa guapo. Le falta grafismo, pero todo se andará. El hombre invisible me ha preguntado qué hacía y le he dicho que el mapa de mi vida. Tú eres esta región atravesada por un río de mocos y de lágrimas, digo. Creí que se iba a ofender y en lugar de eso ha preguntado por la fauna y por la flora del río, como suena. Le he dicho que se trata de una fauna y de una flora invisibles, como corresponde a la región que lleva su nombre, y se ha quedado satisfecho, o ha hecho como que, porque sabe que no conviene llevarme la contraria.
Mi viejo se fuma un peta a media tarde, ya le he cogido el ritmo, y luego busca mi compañía y la del hombre invisible, que es un bocas, le ha dicho que estoy haciendo el mapa de mi vida. ¿El mapa de tu vida?, dice el viejo con la cara de cartón que le pone el has, ¿qué es eso? Pues coño, un mapa, donde la familia, los amigos, la selectividad y demás aparecen representados por diferentes territorios. Como es una idea de pirados le ha enrollado enseguida y ha insistido en que se lo enseñara. Total, que hemos ido al cuarto, he encendido el ordenata y ha estado recorriendo con el dedo todas las regiones de mi vida. A ratos se moría de la risa y a ratos se ponía muy serio, casi fúnebre. Pero qué idea, qué idea, repetía. No sabía yo que era tan gracioso, mira tú. Cuando ha llegado a la región de las preocupaciones sociales se ha quedado sin habla. ¿Pero qué es esto de las preocupaciones sociales?, dice. Pues una región de mi existencia, digo, ¿o es que no se puede? Se puede, se puede, dice él. Luego se ha metido en la cocina, ha cogido una tableta de chocolate y ha empezado a zampársela a palo seco con la mirada perdida.
DIA 29
Estoy empollando por empollar, en plan zen, cuando me parece escuchar el gemido de un gato. Pongo el oído y el gato se calla. Vuelvo al zen y comienza a gemir. Se escucha lejos y cerca al mismo tiempo. El hombre invisible, que está ahí, con su puto cuaderno de vacaciones, sigue los movimientos de mi cabeza. Yo le miro como si no le viera, pero me doy cuenta por su expresión de que también él escucha al gato. Total, que me levanto, abro con cuidado la puerta, y me adentro en el pasillo seguido de cerca por el crío. Caminamos en estado de alerta, por si el felino estuviera dentro de la casa. Los gemidos nos llevan hasta la puerta del cuarto de baño, donde pego el oído y lo que escucho ahora es un llanto. Empujo la puerta, que no ofrece resistencia, y me encuentro a mi vieja sentada sobre el borde de la bañera, llorando.
¿Qué pasa? Pues que se ha mirado en el espejo y se encuentra mayor. Se trata de un fenómeno que sólo le ocurre con el espejo del pueblo, que le pone la edad de golpe, en vez de ponérsela día a día. Es por la luz, le digo yo, el cuarto de baño de Madrid no tiene ventana y éste, sí. Lo que pasa es que me hago vieja, dice ella, y todo es un desastre. Tú nos odias, tu hermana se separa (lo sabe todo la tía), tu padre está completamente ausente y yo, sin fuerzas ya para luchar, para seguir adelante. Te juro que me pone un nudo en la garganta. Estoy intentando deshacerlo cuando oigo detrás de mí el gemido de otro gato. Me vuelvo y el llorón ahora es el hombre invisible, o sea, que tengo dos nudos. Estoy a punto de explotar cuando me viene a la cabeza, como un mantra, la frase de que para triunfar en la vida es preciso estar profundamente equivocado. Lo creas o no, me tranquilizo y resuelvo el drama familiar con tal maestría que al rato la abuela y el nieto están en la cocina gastándose bromas mientras yo lloro a moco tendido, como un agonías de mierda, delante del ordenata. Me cago en mis viejos.
DIA 30
Si crees que los llantos se acabaron con la escena de ayer, es que aún no conoces a esta puta familia. O sea, que me timbra mi hermana al móvil y dice que qué tal el hombre invisible, y yo que bien, y que cómo lleva el cuaderno de vacaciones, y yo que bien, y que si le echo una mano de vez en cuando, y yo que bien. Le digo a todo que bien porque presiento que la tormenta de lágrimas está al caer y trato de evitarla. Total, que llegan los primeros maullidos de gato (llora igual que la vieja) y yo que qué pasa y ella que nada, y yo que por algo llorarás y ella que por el fracaso de mi matrimonio. Todos los matrimonios fracasan, le digo yo, está en su naturaleza, y me quedo asombrado por la frase, como si la hubiera dicho otro. Para tener éxito en el matrimonio, añado, hay que estar profundamente equivocado. Mi hermana deja de llorar y pregunta si me ocurre algo, y yo que no, que nada, que se me va la pinza por culpa de la selectividad de los cojones. Habla bien, dice, y entonces yo digo cojones tres veces, cojones, cojones, cojones, para que cuelgue de una vez y yo pueda volver a mis problemas, que el conflictivo era yo, coño, y ahora son todos conflictivos menos yo. Y a ver qué le dices al niño, añade. Qué le digo de qué, pregunto. Qué le dices sobre el fracaso y sobre la vida, me está costando mucho sacarlo adelante, no me lo estropees en dos días. Total, que cuelgo y salgo al descampado a respirar y reconozco la luz de los últimos días de agosto, y el frío que anuncia el primer resfriado, y pienso que la vida es una mierda. Entonces veo una sombra que viene hacia mí y es mi viejo, que huele a peta. ¿Has acabado El discurso vacío?, dice pasándome la mano por el hombro, en plan colega. ¿Has acabado tú la bellota de has?, me dan ganas de preguntarle a mí. Pero me callo y le digo que no, que al final me ha aburrido un poco y lo he dejado. Te lo dije, dice él, es un libro aburrido y hay que ser una persona muy madura para que te guste el aburrimiento. El has le da alas, me cago en él.
DIA 31
Lo normal es que yo hubiera vuelto a Madrid en tren (¡y solo!), porque con el puto hombre invisible, que no estaba previsto, más el equipaje, parecíamos sardinas en lata. Pero los viejos dijeron que ni hablar, que yo mismo me había comprometido a reducir gastos. Así que nos embutieron al crío y a mí en la parte de atrás del coche, como dos bultos más, e iniciamos el viaje al futuro de mierda que nos esperaba en Madrid en plena operación regreso; son listos estos viejos míos. Y pesados: pusieron 18 veces el mismo disco de Serrat y otras dieciocho el mismo disco de Pablo Milanés. Los llevan en la guantera del coche desde que yo era un chinorro y no se cansan de pincharlos. Me cago en Mediterráneo y en Yolanda, Yolanda, eternamente Yolanda. Vale ya, tíos, digo, cambiar de rollo, que me habéis jodido la infancia musicalmente a mí, no se la jodáis también a vuestro nieto. Y mi madre (mi padre continúa ausente) dice que hable bien, si no por ella, por el niño. Nuestro mundo se está yendo a la mierda y lo único que le preocupa es que hable bien, manda huevos.
¿A ti te jode que diga tacos?, pregunto al hombre invisible. Y el hombre invisible no responde porque tiene una pálida de tres pares de cojones y está a punto de potar, tan a punto, que en ese instante arroja sobre mí la primera papilla que le dieron. Frenazo, arcén, triángulos de peligro, chalecos reflectantes y cambio de pantalones delante de la puta caravana de coches, mientras Pablo Milanés dice por enésima vez que si me faltaras, no voy a morirme. ¡Ya lo oyes!, grito al hombre invisible, ¡si me faltaras, no voy a morirme, gilipollas! Total, que llegamos a las tantas, y en qué estado. Entro en el dormitorio de mis viejos a dejar una maleta y veo sobre la mesilla del viejo un libro que me llama la atención. Lo abro y tropiezo con la primera frase: "En la madurez hay misterio, hay confusión". En la juventud también, viejo, me cago en ti, a ver si te pillo otra bellota.
1 comentario:
Gracias por poner el final de la serie! soy una vaga y no me apetecia rebuscar por el pais.
En realidad no me creo que sea un adolescente el que escribe, pero por lo menos lo aparenta bien, a estado entretenida la cosa.
1 beso
Publicar un comentario