Cine club Luna Llena
No sé muy bien como me metí en esto, pero me encanta, estoy
enganchado, es mi cocaína, mi heroína, mi LSD.
Todo procede de un domingo noche tedioso, de esos en los que
todos tus planes se van al garete, y antes que ensañarte con tus seres
queridos, prefieres elaborar otra estratagema para abolir el trágico final, que
no es otro que la noción de sucumbir a la pereza dominical.
A esas expensas, decidí salir a la calle y pasear un poco,
un ocio común en la urbe, donde como bien saben ustedes, las luces y las
estrellas velan cuando sale la luna.
Sin más dilación os comento que llegué a una de esas calles
en las que no sabes muy bien donde empieza y donde acaba, en la lejanía observé
unas luces, un cine antiguo. Lentamente me acerqué hasta la taquilla, para mi
sorpresa estaba abierta, y tenía la cartelera en un papel semiarrugado de
pequeño tamaño. Las películas eran clásicas del cine, ya sabéis Lo que
el viento se llevó, Metrópolis o Ciudadano Kane.
Asomé la cabeza por la taquilla, no había nadie, sólo una
silla de ruedas roja y vieja. Defraudado me encaminé por donde había venido. A
lo diez pasos una mujer me llamó, al girarme ví a la taquillera, una mujer más
fea que gorda que apenas cabía en el asiento.
Retorné mis pisadas y me puse nariz con nariz. Era extraño,
normalmente los cines de Barcelona no suelen tener sesiones golfas los domingos
por la noche, debido a que el día siguiente, lunes, es laborable. Me picó la
curiosidad de ver el cine por dentro, así que compré una entrada y me enfilé a
una de las cuatro salas de aquel tugurio.
Como era de esperar el olor que emanaba de dentro era
espantoso, un reguero de suciedad cubría el pasamanos del pasillo que enfilaba
hacia las salas. Por los laterales se podía presenciar un torrente de colillas,
palomitas, y demás porquería que, según mi parecer, haría años que no se
limpiaba.
La sala a la que entré era sumamente colosal, debería tener
como unas mil butacas, algo raro de ver, y menos en un cine tan poco conocido.
La pantalla estaba roída en sus laterales, y la tela donde se proyectaba el
filme tenía un color amarillento. Las butacas apenas se tenían en pié, a la que
no le faltaba una pata le faltaba un brazo o sino tenía la espuma salida. Las
paredes estaban medio descorchadas, antaño parece que hubo allí una protección
sonora efectiva, pero de esa época distaba mucho. Aunque lo más curioso no era
la sala en sí, sino la gente que había allí. Eran tres, de lo más variopinto de
la sociedad. Estaban sentados juntos, y ni siquiera se inmutaron de mi
presencia, parecían cadáveres a punto de pasar una autopsia. Había una chica de
unos dieciséis años vestida de gótica, un vagabundo, y un hombre entrajado.
Estaban sentados en la parte media del cine, ni muy atrás ni muy adelante. Yo,
por mi parte,decidí sentarme en la parte posterior, así podría analizarlos
mejor.
Durante el largometraje, Nosferatu, ninguno de
los tres se movió. Estaban vivos ya que parpadeaban y de tanto en tanto
agachaban la cabeza o desplazaban un poco los hombros, pero ninguno se levantó
o cambió drásticamente de posición. Al acabar el filme empezaron a emanar los
créditos, pero ninguno se inmutó. Quietos. Me picó la curiosidad y me quedé
sentado, pero debo sincerarme y deciros que en mi interior brotaba una semilla
de miedo. Al acabar los créditos, se encendieron las luces. Se levantaron los
tres a la vez y enfilaron hacia la parte delantera de la pantalla, hicieron un
corro e hicieron una serie de gestos raros, ella se tocó la oreja, el otro
bostezó ostentosamente. Muy raro. Luego se fueron sin decirse ni pío.
Me quedé absorto, boquiabierto, era algo irreal lo que
acababa de ver. Mi corazón latía a mil. Me mantuve cinco minutos más en aquel
lugar, y al final me fui a casa.
A partir de esa noche y durante los siguientes días, busqué
información del cine y de sus extraños habitantes, pero no encontré nada
interesante. Se llamaba Luna Llena, y en anteriores década fue un lugar muy
célebre en el panorama cinematográfico catalán. Allí se presentaron muchas
películas famosas de índole mundial durante los años cuarenta y cincuenta. A
partir de los años sesenta la información se vuelve vaga y osca.
Me pasé varios días entre semana para ver si estaba abierto,
pero para mi sorpresa no abrió ningún día, ni siquiera el fin de semana,
incluido domingo a las golfas.
Pasaron las semanas y no volví a verlo abierto, seguramente
cerrarían debido a el escaso personal que iba allí. Nada que hacer.
Al cabo de varios meses y de tanto pasar de vez en cuando
vislumbré otra vez las luces de encendido. Me quedé de piedra. Decidí
acercarme, y una vez en la taquilla me encontré ante la misma situación, las
películas habían cambiado: Blade Runner, Mad Max, El Padrino y Sin
perdón. No dejaban de ser clásicos pero más contemporáneos. Sólo había una
única sesión, la golfa, como la anterior vez. Aun era temprano para entrar.
Retorné a las doce de la madrugada, la mujer de la otra vez
volvía a estar allí. En esta ocasión no me privé de preguntarle a que se debía
que sólo abriesen cada domingo de tanto en tanto, se limitó a decirme que no se
había fijado en ello, es decir, no hay más preguntas señoría. Entré a ver Sin
perdón, esta vez me tocó la sala número cuatro, anteriormente estuve en las
dos, y tengo que decirles que era idéntica.
Cuando entré estaba solo. No fue hasta que faltaba un minuto
para que comenzara que cuatro personas pasaron la puerta de entrada. Repetía la
chica gótica, aunque esta vez le acompañaba un hombre bajito, gordo y calvo con
una vestimenta de lo más normal, una chica de unos veinte y pocos que debería
medir casi dos metros, y un hombre mayor con un sombrero de cowboy. Ni se
miraron, ni se hablaron. Cada uno cogió asiento. Puse ojo avizor y pude sacar
varias conclusiones, la primera era que esa noche no se sentaron todos juntos.
La segunda es que la chica gótica estaba en el mismo lugar que la anterior
ocasión. Sospechoso, me daba la impresión de que todos ellos tenían un asiento
personal, exclusivamente para su persona.
Acabó el filme y como en la anterior ocasión, ninguno se
movió hasta el fin de los créditos. Terminados estos, se fueron todos para
adelante y empezaron otra vez a hacer gestos raros.
Llegué a casa y donde antes había un campo de dudas, ahora
había un camino de conclusiones. Volvía a ser domingo, y casualmente fueron
ocho semanas después de mi primera entrada. El nombre del cine era Luna
Llena y casualmente, ese día era luna llena como la primera
experiencia. Estaba claro, el cine sólo habría cada 28 días, cuando la Luna
estaba completamente blanca.
Al cabo de 28 días regresé al lugar, para variar decidí
entrar más tarde para ver que pasaba. No fue hasta las doce y veinticinco
minutos cuando se acercó un grupo de gente a cuentagotas. Estaban todos los que
en anteriores ocasiones había visto, más otros nuevos, que para no romper la
tradición, eran de lo más variopinto.
La cartelera volvía a ser únicamente nocturna, y los
largometrajes volvieron a cambiar. Esta vez entré en la sala uno y vi Psicosis.
Entraron el cowboy, el vagabundo, y la jugadora de baloncesto y, cómo no, se
asentaron en el mismo lugar donde permanecieron la sesión anterior. Cuando
terminó me esperé pacientemente el fin de los créditos, terminados estos me fui
con ellos hacia el frontal de la tela. Me dejaron espacio, pero ninguno se fijó
especialmente en mí. Hicieron gestos, algunos de ellos ya los había visto. Me
percaté que eran señales, era como un lenguaje en clave.
Con el paso de los meses, y mi presencia más asidua pude
corroborar muchas cosas. Lo primero, era cierto de que cada uno tenía su
asiento personal, en cada una de las cuatro salas simétricas. Aparte de esto,
todos tenían un alias grabado en la parte más alta de la butaca. Segundo,
ninguno decía nada nunca, únicamente se comunicaban por gestos al final de la
película, por ejemplo si te parecía aburrida bostezabas, si te parecía
interesante abrías los ojos, si la aprobabas ponías el dedo para arriba, y un largo
etcétera. Tercero, ninguno de ellos sabía nada de nadie, únicamente se veían
cada Luna llena en el cine.
El club de Luna Llena es una secta cinematográfica, y me
encanta ser parte de ella.