Tragedias de hoy, la misma historia de siempre
Uno de los cuadros que más me ha
impactado ha sido La Balsa de la Medusa del
pintor francés Theodore Gericault. El lienzo nos ilustra una de las mayores
tragedias de su época contemporánea: el naufragio de la fragata Medusa. Sin
querer expandirme mucho, ya que se puede encontrar abundante información por la
red, comentaré que la Medusa era un barco francés que naufragó por las costas
de la actual Mauritania el 5 de Julio de 1816. El navío tenía varios botes
salvavidas, pero insuficientes para todos las personas que estaban a bordo del
barco, con lo cual construyeron como pudieron una balsa para que cupieran aquellos
que no estaban en los botes salvavidas, como siempre la clase más humilde. Los
botes salvavidas intentaron arrastrar a la balsa, pero viendo que les era un
lastre, soltaron amarras y la dejaron a la deriva. La balsa navegó a la deriva
durante 13 días, hasta que al final una nave que pasaba de paso las rescató,
más por casualidad que por el esfuerzo de los otros tripulantes de la Medusa,
que no hicieron nada por ellos. De los 147 tripulantes sobrevivieron sólo 15,
en unas condiciones infrahumanas.
Casi doscientos años después del
naufragio de la Medusa, no hará ni un par de meses, nos encontramos un suceso
parecido. Una barcaza, con unos 500 inmigrantes procedentes en su mayoría de
Somalia y Eritrea, se hunde en el mar devorada por las llamas a apenas media
milla de distancia de la isla italiana de Lampedusa . La barca que tenía
unas condiciones lamentables sufrió un incendio involuntario. Al llegar cerca
de la cosa italiana, los pasajeros decidieron hacer un fuego para poder ser
vistos, con la mala suerte de que llegó a contactar con la gasolina de la
barca, lo que provocó un incendio y el hundimiento del navío. Más de 350
personas perdieron la vida, y los pocos que lograron sobrevivir, no tienen ni
la suerte de poder quedarse en Europa, ya que deberán de volver a sus países
natales.
Aunque si bien es cierto que los
dos casos tienen matices muy diferentes, sí que demuestran una premisa
constante a lo largo de nuestra historia, los débiles siempre pagan el pato. Ya
sea debido a las malas políticas estatales, ya sea por la diferencia de clase, ya
sea por el sistema económico, siempre son objeto de sufrir las calamidades de
una manera mayor que la clase pudiente. Muchos podrán decir que es lógico, que
al ser más pobres son más precarias sus vidas, y tienen razón. Lo jodido
supongo que es admitirlo y sentirse impotente, ya que mañana mismo habrán otros
tantos casos a nivel mundial que demostrarán que las vidas de los de abajo no
importa nada, como diría Eduardo Galeano somos los nadie, lo hijos de nada, los dueños de nada.
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