A veces dos vectores no relacionados se cruzan y una idea germina en la mente.
El otro día paseando por el Parque del Retiro en Madrid encontré una exposición del pintor soviético Andrzej Wróblewski en el Palacio de Velázquez. Sinceramente poco conocía del autor lituano pero no tardé mucho en cautivarme. Cuadros como Tierra, Mujer, Cabeza de una Modelo I, o Nowa Huta 606, despertaron mi más profunda curiosidad de este artista que falleció con apenas 29 años.
La visión del mundo desde una perspectiva marxista abstracta me atrajo y me atrapó en un extraño ritual tintado en gris, azul y vainilla. Sus obras en verso y reverso despertaban mi curiosidad pero sin duda son su obras más tardías, de la fase final de sus vida las que más me cautivaron.
Como he dicho al comienzo, a veces dos vectores no relacionados se cruzan. Horas antes de encontrarme con el pintor soviético, estudiaba el libro Fuerzas del trabajo de Beverly J. Silver, en concreto en el apartado que comentaba las analogías entre Karl Marx y Karl Polanyi. La autora analizada las simetrías en el discurso de ambos al hablar de la nueva concepción del hombre en el mundo capitalista, donde analizan que :
“[…]el trabajo es una mercancía ficticia y en que cualquier intento de tratar a los seres
humanos como una mercancía como cualquier otra cosa conduce necesariamente a
reinvindicaciones profundamente sentidas y a la resistencia”.
humanos como una mercancía como cualquier otra cosa conduce necesariamente a
reinvindicaciones profundamente sentidas y a la resistencia”.
Volviendo al Palacio de Velázquez, vi la obra Lavandería, y de repente esa frase empezó a tener sentido. La deshumanización que quería trasmitir el pintor residente en Varsovia me chocó trasversalmente con las palabras de Silver. Una idea de resistencia a través del arte empezó a brotar en mi cabeza.
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