Tobías
Era una mañana fría y gris, como solía ser costumbre en esas latitudes por esas fechas. Cómo siempre la monotonía afectaba a la urbe y nada parecía ser diferente al día de ayer.
Tobías salió de casa, llevaba su mochila de las Tortugas ninjas, su camiseta del Barça y una pelota roída y roñosa de cuero. Se encaminó hacia el cole, no tenía más de 8 años pero ya iba solo. Es raro ver algún padre acompañar a su hijo, en el barrio reina la tranquilidad y la hilera interminable de casitas adosadas simétricas no daba ninguna sensación de miedo o peligro. Nada que ver con esos asquerosos barrios del extrarradio de la ciudad por donde anda la gente fea.
Llegó el primero a clase, guardó la pelota en su cajoncito y se puso su bata reglamentaria, impoluta. Sus amiguetes fueron llegando. Media parte, hora del recreo.
Tobías sacó la pelota del armario y se dirigió hacia las canchas de fútbol. El partido comenzó como de costumbre, la clase de 3 A contra la de 3 B, los grandes rivales. El pequeño Tobías pertenecía a la clase A, orgulloso de ello y sabedor que a la clase B enviaban a los peores estudiantes. Como superiores que eran, los partidos solían acabar con abrumadoras victorias del A, y él siempre era el máximo goleador. Pero ese día iba a pasar algo muy diferente. Miguel, su archienemigo y líder del B había traído una nueva pelota, cosa que molestó mucho a Tobías, ya que siempre había sido él el encargado de traerla. Estratega, como siempre le decía su padre, le retó a Miguel diciéndole que el ganador del partido se llevaría la pelota del otro, aquel, conocedor de que ese día había llega un nuevo niño que jugaba muy bien a fútbol, aceptó el reto.
El inicio del partido fue atípico, el B marcó muy pronto y el joven fichaje demostró ser un fuera de serie. El equipo A quedó atónito y frustrado ante aquel figura. Tobías advirtió a Miguel que había hecho trampa, pero sólo recibió una mofa. Los minutos pasaban y la hora del patio iba acabando. El A intentó remontar, pero fue en balde, el niño nuevo era un palmo más alto, diez quilos más pesado, y cinco veces mejor que cualquier otro. Al fin del patio el marcador reflejó algo que no se había visto desde hacía un año, el B ganó el partido y de goleada.
Los niños fueron enfilando hacia clase, los del A con la cabeza agachada, los del B triunfantes aclamando a su nuevo héroe, pero dos niños se quedaron en el patio.
Miguel cogió su recompensa de las redes de la portería, pero Tobías no estaba en disposición de perder la pelota. Habían hecho trampas, no se valía jugar con el niño nuevo, debería estar en el A. Paulatinamente el nivel de ira por parte de los dos fue en aumento, de las palabrotas llegaron a los chillidos, de los chillidos a empujones, y de los empujones a puñetazos. Cada vez había más rabia en los golpes y pronto sangraban los dos por la nariz, en un determinado momento Miguel resbaló, haciéndose daño en el tobillo y cayendo al suelo. La oportunidad no fue desaprovechada por Tobías que se abalanzó sobre el y empezó a propinarle una serie de contundentes golpes en la cara. Le preguntó a Miguel si había hecho trampas, este entre sollozos le dijo que no. Tobías continuó golpeándole, y volvió a preguntarle, pero Miguel no tenía ninguna intención de satisfacerle y volvió a responderle con una negación a su pregunta. Tobías miró a su alrededor y cogió una piedra del tamaño de su mano. Miguel asustado le rogó a Tobías que no lo hiciera, pero era demasiado tarde, el niño comenzó a asestarle duramente en el cráneo con la roca. Miguel luchó con toda su energía pero poco pudo hacer, al cuarto golpe perdió la conciencia. Tobías no paró hasta segundos después cuando vio que el pequeño reguero de sangre que salía de la frente de Miguel se había convertido en un río caudaloso.
El maestro llegó pero ya era tarde, Miguel yacía muerto en el suelo del patio a cinco metros de la portería. Poco a poco fueron llegando los otros profesores que no pudieron evitar las lágrimas y alguna que otra vomitada.
Tobías se quedó sentado en un banco que su maestro le mostró. Aburrido por el constante ir y venir de personas decidió hacer muecas a sus compañeros que miraban asombrados los acontecimientos desde las ventanas de sus aulas.
Al cabo de una hora llegaron los padres de Tobías. Estupefactos al ver que Tobías no era consciente de lo que había hecho le preguntaron por qué hizo eso. Tobías sin apartar la mirada de una hormiga que pasaba por el suelo les contesto:
-Me ha quitado mi balón.